Si algo no se esperaba de un músico de sesión que ha acompañado a los más brillantes músicos del jazz contemporáneo, es que compusiera un disco como el que publicó allá por 1.999. “Scenes from my life” sorprendió a todos, incluso a Bransford Marsalis, el hombre que le propuso gestar lo que tendría de ser su primer trabajo en solitario. Este camerunés, nacido en la pequeña aldea de Minta, daba el paso definitivo hacia la independencia musical.
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Richard es autodidacta. Es decir, todos los instrumentos que toca los aprendió observando. Este increíble talento lo desarrolló la pobreza y la necesidad, se jacta él en las entrevistas. Miraba y miraba a los que tocaban aquellos maravillosos objetos. Memorizaba las notas y los movimientos para después poderlos repetir en aquellos extraños artefactos que fabricaba por él mismo. A veces con los cables de freno de una bicileta, a veces con las latas de conserva que recogía de los restaurantes, este espíritu inquieto, elaboraba lo que era el fruto de su verdadera pasión. Más tarde, el mundo occidental hizo presencia en su pequeña aldea abriendo el primer club de música en directo de la zona. Un curiosidad de adolescente le llevó a pasarse horas y horas entre las paredes de aquel local nocturno. Y allá escuchó por primera vez a Jaco Pastorious, su música cambió su vida para siempre. Aquellas improvisaciones, aquel jazz complejo y poderoso lo llevó a tocar el bajo eléctrico. Del club a Paris, de Paris a New York, y de allí a la gloria. Joe Zawinul lo descubrió. Más tarde colaboró con Pat Metheny, Mike Stern, Bobby McFerrin, Randy Brecker, Danilo Pérez y otros grandes del jazz.
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Escoger un tema de su segundo LP es una tarea harto difícil para mi en esta mañana del día de reyes. Cualquiera de ellas podría acompañar a esta canción del viernes. Por el momento, proponemos Sweet Mary (Everyone has a choice). Un delicioso susurro de humanidad.
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