09 de març, 2007

La canción del viernes (40) “El extranjero” de Bunbury per Peix

“Porque allá donde voy
me llaman el extranjero.
Donde quiera que estoy,
el extranjero me siento”
Enrique Bunbury



¡Feliz viernes a todos!

La metáfora, a veces en exceso a veces con maestría. Esa retorcida figura retórica, esa arma arrojadiza en tiempos turbulentos, ese esfuerzo intelectual con premio y zanahoria, que pica con gusto, que purifica y enciende. Más de un censor ha caído de rodillas ante ella, más de uno ha pasado de largo. Miles de significados escondidos, jamás vistos y por descubrir, pequeñas y sutiles representaciones a la sombra. Tal vez en El extranjero de Bunbury encontremos la metáfora del desarraigado en casa, del atentado al significado, por todo lo contrario, por la tangente; tal vez no.

Siempre es difícil saber, al menos yo no lo tengo tan claro, qué ha de tener una buena canción, que elementos alquímicos generan la reacción necesaria e indispensable. Este tema es, sin duda, uno de los grandes del de Zaragoza, con o sin metáfora. El trabajo realizado por Enrique Bunbury en solitario bien merecía un aparte en esta pérdida de tiempo que llamamos la canción del viernes. Nadando en la autosuficiencia y la pedantería, encontramos en él lo que hemos venido a denominar, humildemente (por supuesto), el desapego condicionado. A saber, los personajes públicos inundan nuestra intimidad por medio de entrevistas, reportajes, grabaciones y cortes publicitarios. Algunos dóciles, otros simpáticos, muchos patéticos, la mayoría guapos o con pose, otros incómodos, irritantes y asquerosos, despiertan en nosotros cariño y odio a partes iguales. Es fácil de entender que ciertas manifestaciones nos molesten y produzcan nuestra irremediablemente repulsa. A menudo se traslada esa tirria a otras categorías o ocupaciones del divo en cuestión; si Julio Iglesias te cae mal será normal aborrecer su música; si Rafa Nadal es del Madrid ya no te agradará tanto que gane; si Cantoná es subnormal igual no te gustará sobre el terreno de juego; si Garci es de derechas es de cajón que no podrás soportar sus películas; por más que sean unos fuera de serie el prejuicio vencerá. Este desapego condicionado es de combate a los puntos, interferencias extra-artísticas alimentan su contagio. Recelo de los condicionados pese a que, a menudo, soy uno de ellos ¡maldita incoherencia! El divismo y el snobismo han sido y serán caldo de cultivo en la creación musical. El ego alimenta el atrevimiento, la desenvoltura, la sensación todopoderosa de infalibilidad. Nos seduce la seguridad del artista, la resolución, pero con cierto peaje de humildad, con los pies en el suelo, bien domadito que en el fondo el dinero es nuestro. La lista de autores cuyo ego no cabría ni el Palau Sant Jordi es larga e inacabable: Roger Waters, Jim Morrison, Miles Davis, Moby, Eminem, Marilyn Manson, etcétera, etcétera y etcétera. Pero, amigos, negar lo innegable es peligroso: muchos de ellos son genios y grandes artistas.

Bunbury no se escapa de esa criba, famosas han sido sus rajadas, de campeonato fueron sus pomposas declaraciones. Héroes del Silencio lo encumbró y lo aburrió, un lavado de imagen y libertad fecundó el psicodélico y electrónico “Radical Sonora”, un brillante trabajo que fue castigado por el público y parte de la crítica. Luego llegó “Pequeño” y eso fue otro cantar. Conocido como el Tom Waits español, el maño volvió a la cresta de la ola con un trabajo portentoso. De él extraemos este tema, una muestra de su talento para hacer grandes canciones y además buenos LPs. “El extranjero”, que nada tiene que ver con la obra de Albert Camus, nos lleva de viaje por los cabarets con tintes mediterráneos, por la música en mayúsculas. La riqueza armónica del conjunto enamora irremediablemente desde el primer instante y, sí, esa letra no se esconde; perdiendo la grandilocuencia que ostentaba en Héroes del Silencio, Bunbury llega aquí a la cálida y compleja sencillez. Con “Pequeño” el cambio de estilo vuelve a sorprender, si en su pasado rockero pudo notarse encotillado, donde algunos se acomodarían tranquilamente a la espera de los privilegios adquiridos, en solitario parece sentirse completamente libre para maniobrar sin obstáculos, para la creación emancipada.

Enrique Ortiz de Landázuri Yzarduy, si amigos ése es Bunbury, nace en Zaragoza un mes de agosto de 1967. Su apodo llega influenciado por una cita literaria de Oscar Wilde. Pese a ese dato, más o menos intelectual, su etapa estudiantil pasa con más pena que gloria acarreando bares, futbolines y una primera guitarra que adquiere a los trece años. Apocalipsis, Rebel Waltz (ejemplo categóricos de los pretensiosos nombres con los que los adolescentes bautizan a sus combos) fueron sus primeras bandas, más tarde “Proceso Entrópico” y “Zumo de Vidrio”, el germen de “Héroes del Silencio”. Entonces llegó Phil Manzaneda y todo fueron días de vino y rosas, millones de ventas y conciertos mastodónticos. Pero en 1996 acaba el sueño silencioso, algo ya no iba igual que al principio, todo se había complicado. Bunbury necesitaba respirar, independencia: un cambio. La disolución de la banda dio paso a su extraordinaria carrera en solitario. Después de Radical Sonora y el comentado Pequeño, llegó Flamingos, una bella epopeya sobre el divorcio del artista, de terrible sensibilidad y valiente sinceridad, y Viaje a ninguna parte, con el colofón de la dura gira Freak show, donde Bunbury acusa el cansancio y durante un concierto en Zaragoza abandona el escenario después de la quinta canción (irónicamente el tema se llamaba Sácame de aquí). Todo de un pincelazo, así fácil, cancelación de la gira y disolución de la banda “El Huracán Ambulante”, nueve años al garete y necesito descanso. La tensión y el abatimiento pudieron con el artista aragonés pero no acabaron con él, en 2006 llegó un doble álbum grabado a medias junto a Nacho Vegas: El tiempo de las cerezas. Un espléndido retorno a las ondas y escenarios, seguramente uno de los mejores discos del, 2006. Hace muy poco se ha hecho público el retorno a los escenarios de “Héroes del Silencio”. Al igual que “The Police”, su regreso se materializará tan solo en directo; enhorabuena para los fans de la banda. Pero nosotros nos quedamos con el Bunbury en solitario, con el Bunbury comprometido y arriesgado, experimental y evocador.

Mort Novata #41 (Punts Vitals)

02 de març, 2007

La canción del viernes (39) “The Greatest” de Cat Power per Peix

¡Feliz viernes a todos!

La exclusividad de un sistema hecho para triunfadores incuba el desencanto y la desesperación para los que no pueden o no quieren ganar. Inválidos para la competición, incapaces para el juego, marginados obligados o consentidos, todos ellos, perdedores y olvidados, conocen los límites, entre lo correcto y lo defectuoso, entre los de aquí y los de allá. En una civilización donde la solidaridad brilla por su ausencia (si acaso la caridad, la limosna, y apenas...), no hay lugar para los descarrilados. “¡Que se adapten!” dirán algunos, “¡que se lo ganen como todo el mundo!”, “que lo suden”, y quizá lo acompañarán con un proverbial “¡coño!”. No perder el tren, no apartarse de la carretera, de la línea general, si no: el desprecio, aún peor, el olvido, el aislamiento. Así nos queda de claro desde bien pequeños: dibujando una frontera, los prejuicios juegan su papel divisorio, el corte de la baraja. Fuera de la fronteras, al otra lado, en la cara “mala” del mundo, existe una, otra, sociedad que también vive, ama, odia y teme, que nos habla acerca de los sueños, del anhelo y la aflicción, en fin: de los problemas que siempre han preocupado a la humanidad, pero vistos con otros ojos, mirados desde otra perspectiva. Desde la explosión de los medios de comunicación y el incontestable apogeo del capitalismo, mucho se ha escrito sobre el tema en el siglo XX, Estados Unidos, cuna del sueño americano y el maniqueísmo, es el país donde más expresiones outsiders han acontecido desde el arte en las últimas décadas. Por lo que a la música se refiere hallamos numerosos testimonios que así lo corroboran. De su mano nos sumergimos en la complejidad de ese mundo que algunos se esfuerzan en obviar y otros en relatar. Como ejemplo, y entre otros, que nadie se me vaya a ofender, tenemos a Nirvana, Tom Waits, Neil Young, Nick Cave, PJ Harvey y Cat Power.

Con esta última nos quedamos. Desde su último y aclamado trabajo, The Greatest, nos llega la maravillosa canción de hoy, precisamente The Greatest. Encabezando esta obra maestra del 2006, el tema resulta agridulce, un claroscuro embriagador que con delicadeza nos desarma ante sus majestuosas notas. Allegada al gran público por la benevolencia de ciertos locutores de masas de buen gusto, Chan Marshal (su nombre auténtico) ilumina con este trabajo su discografía de lamentos contenidos y texturas dramáticas. Arropada con los músicos que hicieron grande el sello Motown, graba en Memphis un álbum de redención, un canto de esperanza y recapitulación. Difícil no emocionarse con su lírica y sensible composición, imposible no rendirse ante la madurez que emana de un disco único y excelente. Arreglado a la vieja usanza, el último disco de la americana resalta de entre la saturación de propuestas por su ternura y debilidad; al borde del llanto, Chan nos canta desde el corazón, sin concesiones, sin sentimentalismos mediocres y lágrimas efectistas. Ardua ha sido la tarea de escoger un tema en tan brillante disco, Lived in bars, Could we, Where is my love, Hate y Love and comunication se lo han puesto muy difícil.

Nacida en el sur de los Estados Unidos hace treinta y cuatro primaveras, Chan Marshal es hija de padres divorciados; su progenitor, un pianista itinerante, se hizo cargo de ella desde muy pequeña. Tras una adolescencia tempestuosa comienza a actuar con el sobrenombre de Cat Power, un ascenso vertiginoso le lleva a Nueva York, a Sonic Youth como padrinos y sus primeras grabaciones, Dear sir y Mira Lee, en 1995 y 1996, con la discográfica Plain. Desde el principio, y claramente, se pude identificar su particular apuesta taciturna y enigmática por la música. Cantautora oscura y melancólica, sus letras opresivas enseguida despuntaron por la rudeza y la aplastante sinceridad que desprendían. Adorada por los indies y por los críticos, edita Waht would the community think y, sobretodo, Moon pix, con American flag como bandera. Estos trabajos le dan el prestigio necesario para subsistir en el mercado más alejado del star-system convencional y hacerse un nombre de prestigio entre los entendidos. En el 2000 llega Cover records, un álbum de versiones, con temas de Bob Dylan, The Rolling Stones, The Velvet Underground y otros (nunca antes una versión de Satisfaction había sonado tan diferente), en 2003 You are free y finalmente The Greatest. De aspecto frágil y indefenso, con una prosa herida y lastimada, el repertorio de Cat Power posee el veneno corrosivo de los grandes temas, la maldición de los héroes caídos. Brillando con una fuerza demoledora, nos muestra, desde vaya usted a saber que lado, y en el fondo, qué demonios importa, su irresistible y dolorido magnetismo.