21 de novembre, 2012

Relats (12) "Muchachica" (part II) per Escoltainvisible

Pero como decía la canción, «la fuerza del destino nos hizo repetir». Llamé a Muchachica por la tarde y quedé con ella. Quería probar a vernos en otro ambiente, ella y yo solos. Vestidos, para variar. Como un simple juego anticipatorio de todo lo demás. Ella aceptó enseguida. Y parecía contenta. Teníamos una cita. Con el corazón henchido, llamé por enésima vez al Maikel, que llevaba toda la mañana esquivando mis llamadas.

Perdona, tío me dijo. Es que ayer, cuando te fuiste, también conseguí triunfar, y esta mañana estaba muerto.
¡Eres un Don Juan, Maikel!
¡Sí, ya, mira quién fue a hablar! ¡El patito feo! Bueno, va, desembucha. ¿Qué tal la Muchachica? Vaya polvazos echa, ¿eh?
¡Buah, tío! ¡Una fuera de serie! El polvo de mi vida. Y aun así
Aun así, ¿qué? ¡Tío, que montárselo con la tipa esta es lo más de lo más! Yo creo que con ella alcancé el cenit de mi carrera sexual. A partir de ella, sé que todo va a ser cuesta abajo.
¿Ves? A eso me refiero. Estuvo genial, la tía se lo monta de puta madre, por no decir que me parece súper agradable, simpática, y que está buena que te cagas, pero a ver, quizá sí fue el mejor polvo que he echado nunca, pero vamos, que el siguiente polvo tampoco queda muy atrás en el ranking, y aspiro a echarlos mejores todavía
Uy, uy, uyEspera un momento dijo el Maikel, oliéndose algo raro ¿Llegaste a averiguar el porqué de su mote? ¿Sabes ya por qué la llaman Muchachica?
Pues no, la verdad. Imagino que será mañica o algo. Aunque a decir verdad, no tiene acento aragonés. Por lo que sé, podría venir de Alicante, de Badajoz, de Valladolid
No tío, que eso si lo sé. La tía es de Sabadell de toda la vida.
Ah, pues entonces igual es algo relacionado con el que le puso el mote, no sé
Ay, tío, qué pena que no llegaras a averiguarlo. Creo que con la Muchachica te has quedado a medias.
Bueno, eso puede arreglarseHemos quedado esta tarde. Vamos a tomar algo, después igual vemos una peli, y despuéslo que surja.
¿Cómo? ¿Has quedado otra vez con ella?
Pues sí. Y no me ha costado, la verdad. Al despedirnos esta mañana, ha dicho que quería volver a verme. Y parecía sincera. Anoche nos lo pasamos muy bien. De hecho quería haberla llamado después de darte el parte, pero como no te
¡Hey, hey, hey…! ¡Un momento! me interrumpió ¿No estarás pensando empezar algo serio con la Muchachica esta, no?
¡No, no, qué dices! respondí de inmediato, aunque mientras lo hacía, noté como me invadía una desazón incontrolable desde lo más profundo del pecho ¡Nada, hombre, no te preocupes, que no hay peligro! ¡Solo sexo! ¡Deporte! dije sin mucha convicción.
Sí, ya. ¡Ve con ojo, Enric! me avisó ¡No te conviene enamorarte de la Muchachica!

La conversación me dejó descorazonado. Descubrí que en una sola noche la Muchachica había tenido armas suficientes para atravesar más barreras que ninguna otra tía que hubiese conocido. Y aunque el Maikel evitó dar muchas explicaciones, lo cierto es que ya no podía tomar su advertencia a la ligera.

Acudí a la cita con semblante apesadumbrado, pero la verdad es que a la que estuve junto a ella, su energía, su desparpajo, su actividad y su chispeante alegría lo envolvieron todo. Ella sabía de una feria de barrio que se había instalado con sus paraditas, sus tiros al blanco, sus autos de choque, sus tómbolas y el resto de tonterías. Fuimos hacia allá. En cuestión de segundos su embrujo logró disipar mi zozobra. Mi tristeza desapareció. Y con ella, desapareció también el recuerdo de la conversación con el Maikel, que no regresaría hasta mucho después. Comencé a reír. Me lo estaba pasando bien. La Muchachica era especial.

Acabamos de nuevo en su casa, como ya hicimos la noche anterior. Solo que en esta ocasión, era bastante más pronto y yo estaba bastante más sereno. Tal y como llegamos al salón redondo, vi que había otra chica, sentada en un taburete de la cocina americana, iluminada por una única lámpara que tenía prácticamente encima. Parecía estar estudiando.

Pero lo que me dejó atónito fue su apariencia. ¡Era idéntica en todo a mi Muchachica! ¡Se parecían como dos gotas de agua! Asumí automáticamente que me hallaba ante la hermana gemela de mi Muchachica. Pero, ¡que me den con un canto si en mi vida había visto dos gemelos que se parecieran tanto! Solo podía diferenciarlas por la indumentaria: la estudiantica llevaba una ropa más cómoda, de andar por casa: camiseta de tirantes, pantalones cortosmientras que mi Muchachica iba muy sexy, vestida de noche, muy corta también, para matar. La otra llevaba unas gafitas que le daban un aire intelectual. Nos dirigió un par de miradas furibundas por encima de los cristales. Esa era otra diferencia. En todo momento dio la impresión de que en aquella sala molestábamos. Las dos chicas se dieron un breve saludo y eso fue todo. Yo, para romper el hielo, dije:

Hey, ¿qué tal? ─y dirigiéndome a mi chica, añadí— ¿y esta es?
Estela se presentó la otra, sin mirarme ¿Quién, sino?

Sin perder la sonrisa ni un momento, la Muchachica se situó detrás de su hermana y la rodeó con el brazo.

¿Qué? ¿Cómo lo llevas?
Buff rezongó.
Oye, ¿queda alguna cama disponible esta noche? preguntó entonces.
MmmPrueba en la ocho. Es esa o ninguna.
¡Muy bien, perfecto! concluyó la Muchachica─. Ya lo has oído, ¿no? Habitación ocho.
EhmSí, perdona contesté, todavía algo sorprendido, mirando alternativamente a la una y a la otra para intentar descubrir algún rasgo que las diferenciara. ¿Algún lavabo que pueda usar?
Allí hay uno ─respondió mi chica, señalando al otro lado de la estancia. Y en el pasillo hay dos más. De hecho, yo voy a darme una ducha. Te espero en la habitación. La ocho.
De acuerdo dije.

Nos separamos un momento y fui a atender la llamada de la fisiología humana. Al acabar, tenía que volver a pasar por la sala donde estaba la gemela de la Muchachica. Y así lo hice. La tal Estela seguía estudiando concienzudamente bajo la luz. Era tan igual a su hermana, que me dio la impresión de que era ella misma jugando a los disfraces. Y también me gustaba de intelectual. Verla así disparó otra modalidad de la fisiología: me puse muy cachondo.
Tal vez esa fuera la razón por la cual mi raciocinio optó por ignorar las señales de alarma y, dispuesto a averiguar algo más de la familia, me acerqué a Estela. Estaba decidido a arrancarle una mínima conversación.

¡Fiu! ─Silbé, mirando a mi alrededor─. Vaya casita que tenéis, ¿no? Os tienen que clavar bastante de alquiler, ¿verdad?

La hermanica me miró de nuevo por encima de las gafas. No acerté a detectar el fastidio que su rostro trataba de comunicar, de manera que continué:

Oye, a lo mejor puedes ayudarmeResulta que empecé a salir ayer mismo con tu hermana, y no logro recordar si se me presentó o no, y la verdad es que a estas alturas me da reparo preguntarle su
Oye, ¿¿te importa?? me cortó ella, con cara de malas pulgas.

Y eso fue todo. Allí sobraba. Me marché como un perro apaleado, sin decir ni una palabra más, dejándola sola, con la mirada perdida en las profundidades de sus eruditos apuntes. ¡Vaya pronto tenía la hermanica!
Total, que me interné en el pasillo de las habitaciones y busqué la puerta número ocho. Visto desde mi actual perspectiva, cuando ya ha pasado bastante tiempo de aquello, resultaba algo extraño que la Muchachica tuviera que preguntar dónde tenía que dormir, ¿no? Pero la verdad, entre el calentón que yo llevaba y el hecho de que suelo adaptarme ciegamente a la normativa de los lugares a los que voy, no acerté a planteármelo. Vi una puerta en un lateral, por debajo de que se veía luz y se oía agua circulando. Alguien tarareaba quedamente en el interior. Pensé que era la Muchachica, que se aseaba antes de meterse en la cama. Encontré la puerta ocho y entré. Fui incapaz de encontrar el interruptor de la luz, pero no importaba mucho. Entre la claridad que entraba por la ventana abierta y la tenue luz que se filtraba desde el pasillo, distinguí a una persona metida en la cama, durmiendo. Aquello me dejó perplejo. ¿Estaba ocupada la habitación? ¿Y dónde leñe se suponía que teníamos que follar la Muchachica y yo? Pero entonces me di cuenta de una cosa: ¡quien estaba en la cama, durmiendo con tranquilidad, no era otra que la Muchachica! La persona de la ducha tenía que ser otra compañera de piso. Quizá otra hermana. Entonces entré, y cerré la puerta tras de mí. Me aseguré de que, en realidad, no me hubiera equivocado. Pero no, era ella, mi Muchachica. Además, Estela había dicho que teníamos la habitación número ocho libre, ¿no? Luego, no había duda.
Me acosté junto a la Muchachica, que estaba tendida de costado. Estaba desnuda. En la semioscuridad palpé la redondez de aquel culazo perfecto que se gastaba, aunque ella no hizo nada. Después mis dedos ascendieron, acariciándole el brazo. Nada. Estaba profundamente dormida. Aprovecharse impunemente de una tía buena que duerme siempre figuró entre mis fantasías de juventud preferidas. Por supuesto, nunca me hubiera atrevido a intentarlo con alguien que no hubiese mostrado por adelantado su apetencia por mí. Pero en el caso de la Muchachica, eso no era un problema. De manera que a ello me puse. La toqueteé tanto como quise, le pasé la lengua por la espalda, le di mordisquitosEn algún punto de aquel excitante preliminar, noté como la Muchachica se iba desperezando. Con parsimonia, empezó a participar. Al fin se dio la vuelta y con avidez buscó mi boca, hasta que la encontró.
Y en eso estábamos cuando de repente, la puerta de la habitación se abrió de nuevo y vi que otra persona se había detenido en el umbral y nos observaba sin decir palabra. Reconocí su silueta, pues era igual que la de mi Muchachica: era su gemela, Estela. Intenté protestar, pero mi Muchachica me estaba besando con tanta pasión que no pude decir nada. Y ella misma pareció ignorar el hecho de que nuestra intimidad estaba siendo invadida impunemente. Entonces, Estela hizo algo de lo que, tras nuestro primer y muy desafortunado encuentro, no le hubiese creído capaz: entró en la habitación, vino hasta nosotros sin dudarlo y ante mi asombro, se apuntó al juego. La Muchachica no hizo ni el más ligero amago de intentar detenerla, de manera que ya me tienes a mi, metido en un ménage à trois con dos muchachicas: las gemelas más explosivas que he visto en mi vida. Y una por un lado y la otra por otro. Si tenía la una al frente, la otra me cubría la espalda. Si una dejaba de besarme, la otra la sustituía con presteza. Y si mi boca parecía ocupada en todo momento, ¿qué deciros de la polla? cuatro manos, dos culos, dos bocas, y dos almejas pugnaban entre sí por tenerla a su merced, en una frenética actividad de lo más estresante.
¡Qué noche, señores, qué noche! Morí. Me dejaron destrozado. Anímicamente, no. Anímicamente era feliz.

09 de novembre, 2012

Relats (12) "Muchachica" (part I), per Escoltainvisible

Al principio, yo mismo busqué una posible explicación. Debían llamarla así porque era del norte. En mi cabeza estaba claro. La Muchachica, sin duda era una pequeña pamplonica o tal vez una mañica pequeñica, qué sé yo. En mi ignorancia, di por buena aquella simple explicación y ahí me quedé. No tardaría en darme cuenta de mi error.

La vi por primera vez bailando en una discoteca. Destacaba. Destacaba como una luz en la oscuridad, atrayendo a todos los moscardones, polillas y demás insectos, ávidos por conquistarla, por acercarse. Era imposible ser varón y no fijarse en ella. Bailaba con desparpajo, sin complejos, luciendo en todo momento una encantadora sonrisa. Iba sola. No parecía necesitar refugiarse en la comodidad del grupo de amigas. Sabía exactamente lo que quería. Pelo rizado, pelirrojo, se encrespaba justo por encima de los hombros. Lucía un vestidito de color gris brillante con tirantes y que dejaba una buena parte de la espalda a la vista, por no hablar de unas piernazas que la corta faldita volandera permitía exhibir sin pudor: largas, tersas, atléticas. Más señas, solo para machos: interjección de quien no es capaz de articular sonido alguno para describir lo que está viendo; buf, chaval; demasiao pa'l body; un pibón de bandera; lo flipas, tío; vaya jacaPodría seguir, pero espero que os vayáis haciendo a la idea.
Mi colega de toda la vida, el Maikel, un tipo bastante tonelete aunque muy buen pavo que en realidad se llama Miguelito, se dio cuenta de que me había quedado pasmado contemplando sus evoluciones sobre la pista de baile. Por lo visto, hasta se me olvidó por completo el cubata que sujetaba. Pues nada. Se puso a mi lado y me despertó de mi letargo diciéndome:

Anda, mira, la Muchachica.
¿La «Muchachica»? pregunté yo.
Es como la llaman.
Está buena dije.
Está tremenda respondió el Maikel. Y la opinión generalizada es que en la cama es extraordinaria. Como no hay otra. Y también es bastante abierta, si se me entiende. Tiene reputación de chica fácil.
¿Cómo de fácil?
Muy, muy fácil.
¿Y cómo lo sabes?

El Maikel no contestó, pero me miró directamente a los ojos, se puso la pajita del cubata en los labios y sorbió sin decir ni mu.

No… dije yo, incrédulo.

Él siguió sin hablar, pero cejeó un par de veces, dando a entender que sí, que por supuesto, que había marcado con la Muchachica.

¿Te has tirado a ese bombón?
Mi generalizada opinión es que es extraordinaria. Y lo digo muy en serio.
¡No me habías contado nada!
¡Porque nunca te lo cuento todo! ¡Hay que saber preservar el misterio!Entonces, tú sabes porqué la llaman la Muchachica, ¿no?
¿Te gusta?
Pues claro.
¡Entonces ve allí, y averígualo tú mismo!

Y eso hice. Bajé del mirador desde el que el Maikel y yo solíamos inspeccionar el «ganado» y me dirigí a la pista donde se meneaba el pibón junto a su cohorte de moscardones ansiosos. La Muchachica era toda energía: se desmelenaba dando vueltas como una peonza, bailando con los ojos cerrados, ajena a todo menos a la música. Llegué a pie de pista. Y entonces algo ocurrió: de repente la voz de Ivana Spagna, comenzó a clamar, «call me, call me» desde los altavoces. La canción provocó un estallido de alborozo de la Muchachica, que abrió los ojos justo cuando se encontraba delante de mí. A mí también me gustaba esa canción e hice un gesto parejo de júbilo. Esa leve afinidad que nos convirtió por un instante en almas gemelas, hizo que ella me cogiera del brazo y me sacara a bailar, para mayor fracaso de la compañía de fastidiosos insectos, algunos de ellos más musculosos, bien vestidos y atractivos que yo. Si no hubieran puesto aquella canción precisamente en aquel momento, sería otro el que estaría hoy explicando esta historia. Pero la fortuna me sonrió a mí. Yo fui el elegido.
Disfruté el baile. La proximidad aventuró pícaros toqueteos. Nunca olvidaré aquel primer contacto con sus caderas, ni el contorneo de su menudo cuerpecillo bajo mis dedos.
Algo sucedió mientras bailábamos. Algún brillo en sus ojos nos enlazó aquella noche y evitó que nos separáramos. El resto de la velada transcurrió en una especie de nebulosa. Casi no conservo recuerdos de ella. Creo que después de unas cuantas canciones, por fin, pareció que se cansaba y nos acercamos a la barra. Empezamos a charlar. Creo que en algún momento la besé. Y finalmente, acordamos marcharnos juntos «a un lugar más tranquilo». Me despedí del Maikel a distancia. Le hice un aspaviento diciendo: «Nos vemos. Te llamo». Y él me respondió con otro gesto: «¡Ah, sinvergüenza! ¿Era o no era una chica fácil?».

Inútil sería tratar de explicar el trayecto hasta su casa. Estábamos algo achispados, por decirlo suavemente. Incluso lo que ocurrió en la habitación lo recuerdo confuso. Y es una pena. La primera vez que una chica se desnuda ante ti debería ser un acontecimiento precedido de una adecuada fanfarria, Pero la verdad es que de aquella noche solo retengo retazos inconexos de pasión, lametones, mordisqueos, risas y gozoso vaivén. Creo que ella se ponía arriba, mayormente.
A la mañana siguiente, me desperté en cama ajena. La satisfacción de saber cumplidas mis obligaciones como macho ibérico equilibraba el clásico martilleo con que la resaca da los buenos días a los transnochadores. Pero la curiosidad pudo más que sus mareantes efectos. Me incorporé lo suficiente para contemplar detenidamente el Premio al Campeón de la Noche. Levanté la sábana.
Vaya. A veces, mujeres que lucen mucho cuando están bien vestidas y emperifolladas, resultan una decepción cuando después se quitan la ropa. Esto no ocurría con la Muchachica. Vaya cuerpecico se gastaba la Muchachica. Era menuda, cierto. Pero parecía haber sido especialmente diseñada para descontrolar neuronas masculinas. Cada redondez suya parecía seguir un plan maquiavélico. Cada una de sus curvas habían sido trazadas con la habilidad y capacidad estética de un maestro. Y soy delineante. Sé de lo que hablo.
Contemplándola me entraron ganas de echar otro polvo. Uno del que pudiera conservar algún recuerdo. Esperé que se despertara sola, lo que no tardó en ocurrir. Su cara dulce y perezosa no pareció sorprendida de que yo hubiera pernoctado a su lado. Al contrario. Nos dimos los buenos días y se me abrazó. En efecto, nada indicaba que le hiciera ascos a tenerme al lado, lo cual no es un mal principio para una relación.
Yo tenía que irme a trabajar, aunque fuera sábado. Un proyecto que tenía que entregarse el martes. ¡El maravilloso mundo de los autónomos!

¡Uy! dijo ella decepcionada ¡Qué pena! la Muchachica también tenía ganas de juerga ¿No puedes quedarte ni que sea un ratito más? añadió con expresión tristona ¡Bah! Aunque a decir verdad yo también tengo un montón de cosas por hacer… pero pocas ganas de hacerlas, la verdadUhmDéjame pensar

Y de repente se levantó, desnuda como iba, fue a la puerta del dormitorio y la entreabrió sin cruzarla, inclinándose para hablar con otra chica que estaba al otro lado.

─…¿Te importaría sustituirme esta mañana? ¡Por favor, por favor! ¡Por lo que más quieras!

En aquella pose, las nalgas más perfectas que he visto en mi vida parecían saludarme. Contemplé aquel precioso cuerpecico serranoBueno, no, mejor dicho, aquel cuerpecico pirenaico que se gastaba la Muchachica. Y la hinchazón que había empezado a sentir en la entrepierna empeoró. Bastante.
Por lo visto, la chica del otro lado debió de asentir a la propuesta, porque la Muchachica se puso muy contenta.

¡Gracias, gracias, gracias! ¡Te lo devolveré! ¡El lunes iré yo a tomar apuntes de Econometría!

Y en un par de botes volvió a la cama y me abrazó de nuevo.

Ya está. Ya no tengo nada que hacer. Y ahora que he hecho un sacrificio por estar un ratito más juntos, estás obligado a hacer lo mismo…dijo con picardía. Y antes de esperar una respuesta, me echó una mirada con sus grandes y brillantes ojos marrones que hubiera podido fundir un polo en segundos. Y no contenta con eso, su mano llegó hasta mi paquete y empezó a juguetear con él hasta que me tuvo a punto de explotar.

Perdí el control. Una polla puede más que muchas mentes. Y la mía tomó el mando. Follamos de nuevo. Con brío, con alegría, con desparpajo, sin complejos. el Maikel tenía razón: la Muchachica era extraordinaria en la cama. Extraordinaria, sí. Aunque a pesar de todo, no séCreo que su advertencia al respecto me había hecho fantasear demasiadoNo es que quedara decepcionado, ni mucho menos. Disfruté cada momento. Solo que… había esperado más.

Naturalmente, aquel día llegué tarde a trabajar. Pero oye, peor para ellos. Contratan a jóvenes de 24 años, y ¿Qué esperan? ¿Puntualidad? ¿Un sábado por la mañana?

Cuando por fin, después del segundo polvo, la Muchachica aceptó deportivamente que me tenía que marchar, pude por fin apreciar como era el piso donde vivía, aquel piso que la noche anterior, con el calentón y el puntillo, me había pasado completamente desapercibido. Me sorprendió su tamaño. Era gigantesco. Saliendo de la habitación crucé un pasillo que tenía un montón de puertas a cada lado. No menos de nueve. Y todas estaban numeradas, como las habitaciones de un hotel. La verdad es que no me fijé cual era el número de mi puerta. El pasillo desembocaba en un espacio redondo, inmenso, y con grandes ventanales, que parecía hacer las veces de salón, comedor y también cocina.
Imaginé que la Muchachica debía vivir con sus padres, sus hermanos y quién sabe si también tías y abuela. Por las dimensiones del apartamento, no me hubiera sorprendido saber que sus padres fueran del Opus y que ella fuera miembro de una familia de diez hermanos. En lo primero, me equivoqué. En lo segundopues no tanto.
A la hora en que me fui, en la inmensa sala común no había nadie. Estuve a punto de formularle a la Muchachica alguna de las mil preguntas que habrían contribuido a aliviar mi curiosidad, pero no pude. ¿He dicho ya que la Muchachica era un cúmulo de energía? Pues no, era una supernova. Parecía sufrir de hiperactividad. Y en aquel momento lo mostraba con su verborrea. Se había puesto a hacer una detallada enumeración de las mil actividades con las que llenaba su tiempo, aunque yo, la verdad, pronto perdí el hilo y fui contestando con el piloto automático. Cuando me hallé en la puerta nos interrumpimos por la más acuciante necesidad de intercambiar teléfonos, la promesa de volver a vernos pronto y un apasionado beso de despedida.
Al llegar a la calle, vi que en el papelito que me había dado, solo estaba su número de teléfono. Me había pasado toda la noche en su casa, habíamos follado como mínimo dos veces, y seguía sin saber su nombre.

¡Mecachis! ─Protesté.