26 de març, 2017

Relats: "LATAS", per escoltainvisible

LATAS

El mundo volvió a creer en los milagros.

Hacia el final de la segunda década de los dos miles, acercándonos ya al 2020, el duelo insensato que habían mantenido las dos superpotencias mundiales a lo largo de la guerra fría, un conflicto que el mundo creía felizmente superado, regresó de repente.




Los habitantes de ambas potencias eran individuos cada vez más ignorantes, cada vez más incapaces de lidiar con las normales frustraciones de la vida, mas inclinados a buscar la culpa de las mismas en los demás, más proclives a menospreciar siglos enteros de luchas sociales como cosas totalmente ajenas a sus intereses. Esas gentes susceptibles de caer en la manipulación, las respuestas sencillas, la demagogia, el engaño y las soluciones fáciles hicieron que, a través del ejercicio de sus deberes democráticos, unos líderes totalmente nuevos se hicieran con las riendas.

Por un lado, el mundo se encontró con un siniestro personaje, autoritario, nostálgico de la hegemonía perdida por parte de su país, y dispuesto a recuperar la relevancia histórica al precio que fuera y, por el otro, con un bufón de palabras llanas, la catadura moral de un pistolero del far west y la altura de miras de un niño mimado. En ambos casos, eran sujetos altamente irresponsables, caracterizados por poca memoria histórica, un egocentrismo exacerbado y alta incapacidad para dar por superados los episodios más aciagos del pasado.




Sendos líderes parecieron grandes amigos en un primer momento, pero pronto sus políticas empezaron a mostrar intereses claramente contrapuestos. Comenzó una época bastante dura de enfriamiento de relaciones, con desplantes, desencuentros y enfrentamientos de la más diversa índole. Una línea política claramente adversa de uno de los lados era contestada con una maniobra claramente revanchista por parte del contrario. La escalada diplomática fue in crescendo y pronto el mundo se halló nuevamente con cotas de tensión inalcanzadas desde la guerra fría.

Y la escalada política subió un nuevo peldaño cuando se pasó de las políticas a las acciones. Concretamente las militares.

¿Cual de todos los episodios inició la tensión? ¿Fue la anexión de la península de Crimea? ¿El lento pero progresivo rearmamiento que emprendieron ambos países tan pronto como sus infaustos líderes alcanzaron el poder? ¿El discreto cerco militar al que los americanos estaban sometiendo a su antiguo enemigo, a través de países títere? ¿El mal disimulado intento de recuperar la extinta unión soviética? ¿Los ciber-ataques a los sistemas electorales de los países occidentales? ¿El asunto de Turquía?

Quizá nadie sepa decir como empezó la escalada, pero probablemente todos los cronistas se pondrán de acuerdo acerca de cual fue su punto culminante. Éste ocurrió cuando el líder ruso, envalentonado por la pasividad e inoperancia ancestral de otros países teóricamente importantes de la escena política, e invocando un patriotismo a todas luces transnochado (pues no lo hay de otro tipo), cruzó un límite que sus antagonistas no podían tolerar.

Lo hizo bastante literalmente: su poderoso ejército traspaso los límites de la frontera de una nación soberana. Nación insignificante tal vez, pero protegida no obstante por varios tratados internacionales. Pero la comunidad internacional se cansó de la impunidad mostrada por la superpotencia agresora en asuntos anteriores poco menos graves que aquél. Y ocurrió lo que su líder, cegado por la absurda convicción de que actuaba respaldado por la intrínseca cobardía de los países vecinos, no acertó a prever: los USA y sus aliados respondieron a la agresión con el uso de la fuerza. Los ejércitos de las dos naciones más temidas de la tierra se enzarzaron entre sí, y el mundo entero contuvo el aliento.

Los políticos en la cumbre mantuvieron siempre abiertas vías de diálogo. Unas maniobras que la a causa de la propaganda fue ocultada a la opinión pública de cada bando. Sin embargo existían personajes que se esforzaban por conseguir la ansiada distensión aunque tales esfuerzos eran sistemáticamente torpedeados por una caterva política incapaz de ponerse a la altura de las circunstancias.

La vorágine de la guerra empezaba a dar vueltas, engullendo vidas humanas sin parar. Empezó a haber una cantidad siempre creciente de bajas en ambos bandos.

El americano exigía una retirada incondicional. El ruso contestaba que no toleraría injerencias en su política interior ni en la seguridad nacional. Un ultimátum fue lanzado. Se puso una hora límite al desastre.

Y la hora llegó.



Los lugareños de pequeñas poblaciones de la campiña inglesa como Farnborough, Durrington, Bradenstoke o ChurchEnd fueron despertados por un estruendo ensordecedor. Al salir a ver lo que ocurría, constataron con estupor que llevaban años viviendo sin saberlo sobre grandes almacenes de armas nucleares situadas en el subsuelo. Y ahora veían aquellas armas elevarse en grupos de 4, dejando tras de si estelas de humo que se asemejaban a columnas que llegaban hasta donde alcanzaba la vista. Allí, en lo más alto del firmamento, las distintas estelas comenzaban a bifurcarse, apuntando cada una en una dirección distinta, en pos de su objetivo. Comenzaban así las dos horas más largas de la historia de la humanidad.

Pero para cuando tal escena tuvo lugar, muchas cosas habían cambiado. Muchas. Es proverbial la capacidad que tienen las personas para actuar con decisión cuando el desastre está próximo.

El horror que muchos rusos sentían por lo que estaba a punto de ocurrir se impuso. Los opositores y los descontentos con las políticas del infausto presidente salieron de debajo de las piedras. Para descubrir que eran mayoría. Hubo un golpe de estado relámpago, que se llevó muchas vidas por delante. El loco presidente ruso se negó a rendirse. Continuaba convencido de que hacía lo correcto. Incluso cuando había una pistola apuntando en su sien. Incluso cuando alguien apretó el gatillo.

Los misiles rusos se quedaron en sus silos, y se procedió a contactar con el Pentágono.

La noticia, y el video de la muerte del presidente ruso fue recibida con gran regocijo por el estado mayor de los estados unidos y por el vicepresidente. El presidente, un hombre envejecido y lloroso que se había mostrado incapaz de aguantar la presión, había tratado de dimitir tras constatar que todo aquello le venía grande. Sus subalternos directos le habían gritado su negativa, le habían expresado su indignación. Habían llegado incluso a abofetearle, por pretender abandonar el barco cuando en parte habían sido sus decisiones las que habían llevado a la situación presente. Por tanto, se había optado por apartar al incompetente mostrenco de la toma de decisiones. Un golpe de estado de facto (que junto con el ruso sería el segundo de aquél largo día), que después intentaría venderse a la opinión pública como una cosa diferente: seguramente esgrimiendo un hasta el momento desconocido protocolo de actuación de los órganos de gobierno en casos de emergencia nacional como aquella.

El vicepresidente fue, pues, quien recibió la noticia y quien ordenó el repliegue de sus fuerzas, el cese de las hostilidades y la reducción del nivel de alarma a DEFCON-3. Los misiles americanos también permanecieron en sus silos.

Pero en medio del alborozo general, nadie pensó en comunicar con los británicos. La sangre se heló en las venas de los responsables de las fuerzas estadounidenses cuando por fin, establecieron la comunicación con Downing Street. El arsenal nuclear británico estaba en el aire.

Rápidamente se procedió a tomar las medidas correctoras destinadas a evitar el armageddon. Las cabezas nucleares se desactivaron a distancia, con lo que se neutralizó el peligro mayor. Aún así, dada la enormidad de los misiles y sus grandes cargas de plutonio, su caída en lugares habitados los hacía susceptibles de causar gran devastación. Los técnicos británicos buscaron un destino hacia el cual pudiesen desviar los misiles. La mayoría de ellos recibió la orden de desvío cuando todavía no había culminado su arco ascendente, así que aún les quedaba combustible de sobra para alcanzar el punto de neutralización. Los que ya habían comenzado su descenso, dio la casualidad de que se encontraban bastante cerca también de dicho punto.

Poco a poco, uno a uno, los misiles fueron estrellados en los varios puntos de neutralización elegidos, casi todos en el mar. Los técnicos iban diciendo en voz alta los datos tal como los leían en pantalla: ”HZX-0050… respondiendo… neutralizado…” “BMK-0039… respondiendo… neutralizado” “HZX-0029… respondiendo… neutralizado”.

Pero pronto fue evidente que había un problema con uno de los misiles.

“HZX-0041… HZX-0041… HZX-0041… Vamos, vamos precioso… ¡Maldita sea! ¡No responde! ¡No responde!”

HZX-0041 continuaba su rumbo sin desviarse. Su objetivo era la ciudad de Vladivostok, a orillas del Pacífico. La alarma fue generalizada desde el punto de control. El primer ministro preguntó cómo podía aquello estar sucediendo. Alguien trató de responder las muchas causas que podían hacer que una máquina que llevaba más de 30 años durmiendo pudiese sufrir algún error.

Dicen que el primer ministro palideció. Que el vicepresidente americano se llevó la mano al puente de la nariz y pronunció una frase lapidaria, digna de pasar a la posteridad, de haber habido alguna.

Se ordenó callar al técnico que presentaba unas excusas que solo hacían que robar el valioso tiempo que les quedaba. Se sopesaron posibilidades. La única manera de conseguir detener el misil sería destruirlo en el aire. Tenían que interceptarlo. Cazas ingleses, alemanes, franceses e italianos empezaron una loca carrera por el firmamento.

Pero todos sabían que la posibilidad de que los aviones perseguidores alcanzaran el misil era quimérica. Éste les llevaba muchísima ventaja y se desplazaba a una velocidad igual, si no mayor que los propios aviones. Tenían que salirle al encuentro los propios rusos o los aviones americanos que pudieran llegar allí desde la base de Alaska.

El estado mayor americano trató de ponerse en contacto con los rusos. El súbito cambio de régimen y la ausencia de interlocutores fiables, lo hizo muy complicado.

Al fin, varios aviones rusos ayudados por los pilotos de Alaska oteaban el aire en busca del misil. Llegaron más malas noticias desde Downing Street. El HZX iba equipado con los equipos antidetección más modernos. El artefacto no aparecería en ningún radar. Tan solo era posible el contacto visual. También tenía un blindaje que no lo haría fácilmente abatible, e iba dotado con detector de misiles aire-aire y sistema de contramedidas contra los mismos. HZX-0041 no iba a ser presa fácil.

Efectivamente, no lo fue. Uno de los pilotos rusos vio un destello en el aire. Era el misil. Avisó a sus compañeros todos intentaron confluir hacia él. El piloto maniobró hasta que lo tuvo al alcance. Le disparó varias salvas. Dio en el blanco, pero el HZX-0041 ni se enteró. Cuando el ruso hizo dar la vuelta a su caza, el misil ya se había alejado demasiado. Otros aviones le perseguían. Ninguno de los que ya había rebasado podría alcanzarle. Un piloto canadiense llegó hasta la zona en mal ángulo. Lo abordaba de forma casi perpendicular. El misil le rebasaría como a los demás. Su sistema de fijación hizo contacto con el misil. El piloto disparó. El misil lanzó contramedidas. Los proyectiles del piloto canadiense fueron engañados por las contramedidas y fueron a explotar sin causar daño alguno. Quedaban segundos. HZX-0041 se defendía demasiado bien. Otro piloto ruso trató de hacer el mártir e intentó interponer su propio avión por el bien de su ciudad. Pero había demasiados perseguidores. Demasiadas balas en el aire. Demasiada descoordinación y desesperación. Varias balas perdidas impactaron en el timón del piloto ruso. El avión erró su última oportunidad. Vladivostok estaba condenada.

Los pilotos informaron de la inminente caída de HZX-0041. Hubo un silencio sepulcral en las líneas desde el pentágono, hasta Moscú, pasando por Downing Street y el resto de las cancillerías europeas. Todos se preguntaban “¿Y ahora qué?”.

Hasta que, otra vez, fueron los pilotos los que informaron de la situación. El ingenio mortal había caído, pero no había explotado. Vladivostok seguía entera.

Alegría generalizada. Alivio. Los aviadores canadienses, los de Alaska y los rusos se saludaron y se desearon lo mejor. En las sedes de los gobiernos corrió el champán. Algunos, extrañados, se preguntaron la causa de tan extraordinario desarrollo de los acontecimientos. ¿Cómo habían logrado salvarse? Un milagro. Fue la respuesta. Una intervención divina sin ninguna duda. Dios mismo había decidido que el apocalipsis fuera en otro momento. Les había puesto a prueba y les brindaba una nueva oportunidad. Tendrían que ponerse a la altura. No muy satisfechos con esa respuesta, se preguntaron que medios mundanos habría utilizado dios para conseguir ese milagro. Muchos teorizaron con que los impactos recibidos de alguno de los aviones debían haber tocado algún punto vital de los circuitos que activarían la reacción nuclear dentro de la ojiva. Y aquello fue suficiente explicación por aquel momento.

El mundo entero respiró aliviado al haber sobrevivido a la corta, pero extraordinariamente intensa tercera guerra mundial, pero el misterio permaneció intacto unos meses todavía. ¿Porqué no había explotado HZX-0041?

Al cabo de varias semanas más, la comisión investigadora del departamento de defensa británico compareció ante los medios para comunicar sus descubrimientos. Según ésta, HZX-0041 había caído en un barrio poco habitado de Vladivostok, provocando muchos destrozos y pocas víctimas. Durante varias semanas, la comisión había tenido la zona acordonada para estudiar los restos y había llevado un equipo especializado en manipulación de materias radiactivas para llevarse los restos de plutonio que sin duda, debían haber quedado diseminados por la zona. Pero según la comisión, no habían encontrado ningún material radiactivo en la zona, y la radioactividad en la zona cero nunca habían superado los niveles ambientales normales.

Asimismo, descubrieron que algunos de los misiles británicos que habían sido desviados hacia las zonas de neutralización, tampoco tenían, ni habían tenido nunca carga radioactiva ninguna. Eran, según las palabras del portavoz de la comisión, latas. Enormes y sofisticadas latas de plutonio, pero sin plutonio. El descubrimiento puso patas arriba a la comunidad armamentística mundial. Las demás naciones con capacidad nuclear también tenían “latas” en sus silos. Al parecer un técnico constructor de misiles, una persona que hacía 15 años que reposaba en su tumba, había sido el responsable de crear un grupúsculo, una verdadera sociedad secreta enteramente compuesta por otros obreros que trabajaban en la fabricando de las funestas armas de destrucción masiva que habían optado por hacer desaparecer la carga en varios de los ingenios que habían construído. ¿Había sido un timo de unos caraduras o un acto de prevención destinado a ofrecer a la humanidad una nueva oportunidad si llegaba el caso, como efectivamente había sucedido de que personas altamente irresponsables pusieran en uno de sus dedos la vida de la humanidad entera?

La tercera guerra mundial había servido para comprobar que, a pesar de todos los controles y toda la seguridad, el factor humano es totalmente impredecible.

El mundo volvió a creer en los milagros. Y comprobó como, a veces, las personas como ese anónimo héroe británico ayudan a que los milagros puedan ocurrir.