12 de gener, 2016

Relats: Luchadora (part 1), per escoltainvisible


No se si lo conocéis, es un juego que tiene el éxito asegurado en cualquier convención en la que se reúna una buena manada de chicos y chicas de entre 16 y 25 años... O en cualquier otro ambiente joven donde abunde la soltería. Se separa a varones y féminas en dos grupos de tamaño similar. A cada uno de ellos se les otorga un número y a cada una de ellas, una letra. Si no os gusta lo de los números y las letras también pueden usarse los nombres, pero entonces hay que asegurarse de que los participantes conocen los nombres de todos sus compañeros.

Ambos grupos forman un corro, intercalándose unos con otras excepto una persona escogida al azar, que se queda en medio. El juego comienza cuando la persona del centro llama a dos jugadores (o grita un número y una letra), que rápidamente se levantan y corren hacia el centro. Uno de ellos tiene el peregrino objetivo de darle un besito -en la mejilla, en principio- a la persona central. El otro, del sexo opuesto, tiene que tratar de impedirlo... por todos los medios a su alcance. Se considera que gana el segundo cuando consiga plantar otro beso -en la cara, de nuevo- al primero. Bueno, primera.

Ni que decir tiene que el juego es muy, muy bruto. Está prohibido pegarse, claro, pero la inexistencia de mayores reglas represoras hace que a lo largo del juego uno sea testigo de luchas encarnizadas y primigenias: persecuciones, inmovilizaciones, fugas, y mas de un severo batacazo se escapa siempre...

Por lo general suelen vencer los chicos. Y además suelen hacerlo con grandes alardes de superioridad física. Las victorias de las chicas, en cambio, suelen ser de otra índole: las hay que, con astucia y agilidad, son capaces de robar el beso antes de que los otros se den cuenta; hay algunas lo suficientemente rápidas (o pillan a sus contrincantes lo suficientemente empanaos) como para llegar al centro antes de que sus contrapartidas levanten siquiera el culo del suelo; y también hay unas pocas, las menos, que son capaces de imponerse en el plano físico.

Yo soy una de ellas.



Allí estaba yo, viendo como los tíos abusaban de mis compañeras, arrojándolas al suelo, inmovilizándolas bajo su peso, convirtiéndolas en guiñapos indefensos, mientras esperaba que llegara mi turno. Siempre he sido competidora, y en ningún momento dudé de cual debía ser mi táctica: el que me tocara a mi, no iba a irse de rositas. Por fortuna, mi físico me acompaña. No soy cualquier chica, soy "aquella chica grande y fuertota". Efectivamente, soy más alta que la mayoría de tías e incluso más que bastantes tíos. Pero no quiero que me imaginéis como la típica mujerona de anchos brazos y pinta de armario, como hacen muchos ante el concepto de "mujer fuerte". Imaginadme más bien a mis 20 añitos, vestida con unas bambas anchas, un pantaloncito verde bastante ajustado y una camiseta blanca con uno de esos dibujos divertidos que ofrece la excusa perfecta a los salidos para ponerse a mirar (cuando ellos y yo sabemos que lo único que les interesa, es la abultada delantera que se intuye más allá del algodón). Imaginadme también observando el espectáculo, sentada, abrazando mis piernas, largas, suaves y entrenadas en mil carreras. Ah, ¿no lo había dicho? El atletismo es mi hobby. ¿Seguro que no lo había dicho? Sí, claro que si. Cuando he dicho: "siempre he sido competidora", me refería a competiciones de atletismo. Soy buena en medias distancias: 800 metros, 1000 metros, 1500... Mi entrenador dice que puedo llegar a ser alguien corriendo maratones. Algún día tendría que probarlo. Tampoco lo hago mal en vallas...

¿Qué tal hasta ahora? ¿Seguís imaginándome como una señorona robusta? Bueno, solo para el registro acabaré mi descripción: espalda tonificada; vientre todo lo plano que cabría esperar cuando una luce unos abdominales un pelín demasiado trabajados; cuello esbelto y rectilíneo; pelo negro, rizado y desordenado que caería en todas direcciones si no lo recogiera con un pañuelo que me deja la frente despejada; rostro redondeado; labios abultados; nariz... Algo chafada, claro. Cosas de la raza. ¿Ah, tampoco lo había dicho? ¡Qué desastre! ¿Me habíais imaginado con la carita sonrosada? ¿Tal vez os recordaba a alguna rubia actriz con aspecto de Barbie? Pues lamento decepcionaros, pero no es el caso. Mi piel es más tostada que eso. ¿Pero tostada como en "me he pasado todo el verano tomando el sol en Formentera"? No hijas, no. Más que eso. Mi piel es oscura y profundamente negra. De manera que ya estáis volviendo atrás, y donde habíais imaginado un atisbo de piel clarita, lo pintáis de negro.

Ah, ¿pero entonces eres afroamericana? ¿Qué leches voy a ser, si nunca he estado en américa? No, hermana, nada de "afroamericana". Yo soy negra. N-E-G-R-A. Tan negra como si mis padres fueran de Burkina Faso. ¿Y tus padres vienen de Burkina Faso? Pues no, en realidad son de Benin. Es un chiste privado en el que todo el mundo cae. ¿Que si yo nací en África? Pues tampoco. En Catalunya nací y catalaneta em sento. ¿Afrocatalana? ¡Ay, dejadme en paz! ¿No habéis notado antes la sutil indirecta de que aborrezco los eufemismos? Pues eso.

Pero dejadme que regrese a mi relato y abandone ya ésta inclinación que siento hacia el arte de divagar, que a veces parece que nunca pueda terminar un hilo de pensamiento sin que otros quince se enmarañen por en medio, que es un defecto muy chungo, que siempre me dice mi madre que es uno de los peores que tengo porque "ay, hija, es que contigo uno se pierde". Bueno, pues no nos perdamos más.

Estaba pues, decía, con el culo en el suelo, cuando de pronto, desde el centro alguien clamó:

-¡Nueve! ¡Hache!

¡La hache era mi letra!

Me levanté ipso-facto y me apresté al combate. Mi contrincante era "Jepo", uno de los tíos menos corpulentos de los congregados allí: moreno, de pelo largo y que se recogía con una coleta. Era alto, aunque menos que yo. Precisamente su talla le hacía parecer algo escuálido. Era un tío al que le habrías recomendado que se comiera un buen bistec antes de realizar cualquier esfuerzo. Un tirillas, vamos.

Intentó llegar al centro pero, naturalmente, no iba a ser tan fácil. Le cogí de un brazo y le desvié de su trayectoria. Su poco peso me sorprendió. Estuve a punto de tirarle al suelo. Caí sobre él: intenté aprisionarle la cabeza con un brazo y traté de darle el beso que me apuntaría la victoria, pero no hubo manera: sus brazos estaban demasiado libres. Se revolvió como un loco y consiguió, por fin, zafarse de mi presa.

Entonces "Jepo" intentó algo inesperado: se aferró con fuerza a mi cintura, a una altura en que me iba a ser imposible besarle, y empujó, intentando levantarme. Trataba de acercarse a la chica del centro. Debo decir en su favor que me sorprendió la fuerza que podía desplegar aquél chaval tan flaco. Su plan estaba funcionando. Sus piernas estaban resultando un incordio y poco a poco nos acercábamos al centro. Así que lo cogí yo por su cintura y me eché al suelo. Él no pudo aguantar mi peso y se vino abajo también, en una posición muy desaventajada que yo no tardé en aprovechar: tras varios forcejeos conseguí rodearle con mis fuertes piernas, mientras con mi brazo derecho había inmovilizado los dos suyos a la vez. Estaba a su espalda, mi mano izquierda estaba libre para intentar forzarle a mostrar la cara, que había refugiado tras uno de sus hombros. Pero era una cuestión de segundos. Tan pronto como su mejilla quedó al descubierto, le besé. Lo hice. Había triunfado.

Volví a mi sitio en el corro después de ayudar al chaval a levantarse y revolverle el pelo como diciéndole que no había por mi parte nada personal. "Jepo" aceptó su derrota con deportividad, a pesar de la mofa que le hacían los demás. Las chicas celebraron largamente la primera victoria de una de las suyas. Y el juego continuó.

Descubrí en mi misma un regocijo poco habitual. Había disfrutado el combate y tenía ganas de más. Tal vez circulara por mis venas algo de sangre de las legendarias guerreras amazonas del reino Dahomey (que es como se llamaba Benin en el pasado), y el inocente juego hubiera despertado en mi un instinto ancestral de luchadora. En aquellos momentos me sentía como si lo fuera. Aquél círculo de jóvenes hormonados era en realidad la ceremonia de una tribu animista en la lejana África. Casi podía ver a mis antepasados, de pie, formando una segunda línea detrás de mis compañeros, mientras elevaban un cántico ritual al ritmo de djembés y balafones y me llamaban a la lucha, a demostrar mi valía como guerrera.

-¡Cinco! ¡Hache!

Y así se inició el segundo combate. Esta vez mi rival fue uno de los organizadores del evento, que se acercaba más a los 30 que a los 20. Tenía el pelo largo, gafitas y una cara sonriente y adorable que ya había conseguido encandilar a varias compañeras. Era guapo si, lo reconozco. Pero os juro que eso no influyó en mi. Yo solo veía delante a otro oponente a quien debía derrotar. Los djembés subieron de ritmo mientras me lanzaba sobre él.

Ni que decir tiene que éste tipo no resultó tan sencillo como el primero. Presenté batalla, eso sí. Rodamos como una apisonadora por todo el círculo, llegando a pasar por encima literalmente de la pobre chica que ocupaba el centro en ese momento (cuyo nombre es Joana. Por cierto, Joana: ¡ho sento, carinyo!). Lo atrapé, se zafó, lo volví a atrapar, forcejeé... Hice todo lo posible por derrotarle, pero no hubo manera. Finalmente, tras haberme atrapado en una presa de la que no podía escapar, el tío se estiró hacia atrás y, más mal que bien, consiguió darle un besito a Joana y así, salvarse.

Sucumbí, sí, pero con la cabeza bien alta. Era el combate más largo celebrado hasta el momento. Nos levantamos cansados y sudorosos. Me tuve que quedar en el centro por una vez. Y todos aplaudieron mi esfuerzo. Pero la derrota me había dejado muy insatisfecha. Quería mas.

Volvieron a llamarme al combate un par de veces más y volví a cosechar derrotas. Y es que ¿quien dijo que fuera fácil, nenas? Los tíos se lo toman muy a pecho. Para ellos, ser vencido por una "dama" suele ser bastante peor que para nosotras, y se esfuerzan mucho más.

La cuestión es que los organizadores estaban a punto de cortar el juego y empezar a hacer alguna otra cosa. Yo estaba deseando que "¡por favor, por favor, que me toque a mí!" cuando de repente, mis pregarias fueron escuchadas.

-¡Nueve! ¡Hache!

De nuevo "Jepo" el tirillas, otra vez. Me lo iba a comer. Iba a pagar por las derrotas anteriores. Nuevamente, los djembés de mis ancestros elevaron el tono, y ya no pude escuchar nada mas.

Antes de que tuviera tiempo de levantarse, yo ya estaba sobre él. Acertó a poner cara de espanto cuando vio lo que se le venía encima. Lo agarré firmemente. Se debatió con todas sus fuerzas, pero no eran suficientes. Las luchas con los tíos anteriores, en los que yo era la débil, me habían dejado preparada para todo lo que él pudiera echarme, y más. Nada de lo que hiciera conseguía doblegarme: su único juego posible era aguantar, pero poco a poco iba cediendo. Intentó, a la desesperada, hacerme cosquillas. Bueno, esa fue su mejor baza, su mejor oportunidad. Por un momento estuvo a punto de liberarse.

Entonces, mientras me sentaba a horcajadas sobre su tripa e intentaba dominar sus rebeldes y escurridizos brazos, ocurrió algo: el combate me estaba proporcionando un gran y desconocido placer. Someter a un hombre por la fuerza me hacía sentir poderosa. Supongo que el cuerpo no sabe distinguir entre el roce de dos cuerpos que luchan y los prolegómenos amatorios, porque el mío estaba reaccionando de la misma manera: estaba cachondísima.

Y ya no pude quitarme esa sensación. Es más: intenté alargarla todo lo que pude. Jugué con él. Podría haber acabado mucho antes de lo que lo hice, pero no quería. Me lo estaba pasando bien. Ya no se trataba de vencer, sino de vencer por goleada. "Jepo" continuó debatiéndose, por supuesto, pero le faltaba físico. No podía conmigo. Y además, poco a poco estaba quedando extenuado.

Por fin, decidí acabar. Lo tenía paralizado de cuerpo entero, cansado, prácticamente inmóvil. Y fue entonces cuando le cogí de la cara y le di un buen morreo, para mayor regocijo de los compañeros del corro.

Y entonces sí, me levanté riendo con mi dentadura perfecta, y de nuevo todos aplaudieron mi victoria. Ayudé a levantarse al muchacho, le abracé y le di otro beso, esta vez en la cabeza.

¿Y se acabó todo? El juego si. Pero no la historia. Ni mi obsesión, que apenas acababa de empezar.

Pese a lo que pueda parecer, el resto del fin de semana estaba trufado de actividades mucho más serias. Cada uno de nosotros venía de un centro en el que los sábados solíamos pastorear rebaños de niños y niñas más o menos asilvestrados. Y habíamos ido a aquella formación a aprender, a convertirnos en mejores monitores. No todo iban a ser besitos y cachondeo. El juego solo había sido una interesante introducción.

Sin embargo, tuve problemas grandes para concentrarme durante el resto de la jornada. Mi mente estaba en otra parte. No podía dejar de pensar en que había ganado el combate contra un tío. Y yo quería mi premio. Necesitaba mi premio. Un tipo de premio que no hubiera podido servirme allí, delante de todos y a plena luz del día. Iba a tener que esperar a la noche, después de cenar.

Efectivamente, tras la cena, tuvo lugar una velada típica de éstas formaciones, con juegos, charlas, risas y después, por fin, los organizadores nos dieron las buenas noches, y nos cantaron una letanía sobre ser responsables, respetar el descanso de los que se fueran a dormir y sobre no pillarla muy gorda o irse a dormir excesivamente tarde, que a la mañana siguiente esperaban que estuviéramos lúcidos para seguir las actividades planificadas. Lo de siempre, vamos.

Naturalmente nadie se fue a dormir, excepto uno de los organizadores, al que se veía bastante puretilla. Los demás, como no, nos dispusimos a abusar de nuestra juventud.

Aparecieron algunas botellas de priva y varias guitarras. La gente se distribuyó en grupitos, cada uno a lo suyo: estaban los que se iban a pasar el resto de la velada haciendo el cumbayá, los que cogieron una pelota y se fueron a jugar a algún lugar donde no molestaran demasiado, y los que sencillamente se ponían a charlar en "petit comité". "Jepo" conversaba con una compañera de su propio grupo, Nuri. Y era evidente que buscaba algo más. La otra, no estaba muy receptiva a sus burdas insinuaciones. Se notaba que era aficionada al coqueteo, y que disfrutaba con la adulación, pero estaba claro que aquél flirteo no iba a llegar muy lejos. Por suerte para "Jepo", yo andaba por allí. Me senté junto a ellos y empecé a desplegar mis armas de seducción con el mayor descaro. "Jepo" intentó concentrarse varias veces en Nuri, intentando dejarle claro que allí la única que a él le importaba era ella. Qué poco sospechaba que su mejor baza para culminar sus románticas aspiraciones pasaban por ceder ante mí. Llevándomelo de su lado, estaría asestando un fuerte golpe a su autoestima y le estaría poniendo a él en su mapa personal. En realidad les estaba haciendo un favor a ambos, pues estaba claro que estaban hechos el uno para el otro.

Unas discretas caricias y algunos arrumacos hicieron comprender a "Jepo" que allí había algo más prometedor que sus estériles intentos hacia la estrecha de su compañera. Una vez tuve toda su atención, lo cogí por una mano, nos levantamos, dimos las "buenas noches" y me lo llevé, ante la estupefacta mirada de la otra. Naturalmente, no fuimos a dormir. Encontré un lugar discreto y apartado, y allí, en la intimidad, a resguardo de las miradas de otros, le enseñé la única parte de mi cuerpo que es rosa.

Si amigas: me lo cepillé, me lo ventilé, me lo casqué, me lo follé, me lo trajiné, lo hice mío. Y con lo novato que era, pobre: nada hubiera podido prepararle para el cañón sexual que era yo en mis mejores años. Para mí, aquél polvo representó el adecuado colofón para la victoria obtenida por la mañana. También era mi manera de agradecer que me hiciera entrar en contacto con una parte desconocida de mí misma.

Después de aquello aparté a "Jepo" de mi vida. Después de una noche de calentón tonto no tenía mayor interés en él. Al contrario que Nuri. Parece que el tipo acabó cayendo en sus redes. ¿Hubieran acabado juntos de no haber intervenido yo de la forma en que lo hice? Ay, amigas... Tal vez nunca lleguemos a saberlo...

A partir de entonces, mi recién descubierto instinto luchador me pedía marcha. ¿Cómo podía proporcionársela? Intenté poner de moda el juego en el centro. Eso me proporcionó algunas victorias más que tuvieron un sabor insípido. Vencer a chavalines de 13 años, tiene poco mérito, la verdad. También gané en una o dos ocasiones a mis propios compañeros del centro, pero no me producía la misma satisfacción: son tíos con los que me une una familiaridad y una confianza tan grandes que la mera idea de compartir con ellos según que tipo de "premios" me da cierto repelús. No, definitivamente no era aquello lo que yo necesitaba.

Me habría gustado poder explicar aquella singular fantasía a alguien, pero me podía la vergüenza. Nunca se la pude revelar a ninguno de mis amigos. Demasiadas veces antes me habían acusado de ser "poco femenina", por expresarlo de una forma suave. De manera que no se lo dije a nadie, y en silencio sentí crecer día a día aquél impulso que me llamaba a "la batalla".

Como ya he dicho, el cuerpo es tonto: apenas distingue entre el rozamiento de dos cuerpos enzarzados en combate y los preliminares que conducen al coito. Mis relaciones sexuales empezaron a tomar un cariz marcial. La intimidad del lecho era el único lugar donde me permitía dar rienda suelta a mis necesidades combativas. Me llevaba tíos a la cama con intención de beneficiármelos y, una vez allí, vestida solo con ropa interior, les provocaba, les retaba a que se ganaran el polvo, a que demostraran su hombría quitándome las bragas y el sujetador. Esto solía funcionar. Con una sonrisa, el chico de turno solía prestarse al travieso pasatiempo. De rodillas sobre el colchón, hacía un primer no muy efectivo intento. Pero yo me resistía: le agarraba de las manos, me lo quitaba de encima una y otra vez. Poco a poco, si había colaboración, iba aumentando el tono, y también atacaba yo. ¡Madre mía, como me ponía al conseguir inmovilizarle!

Por desgracia, es muy grande la cantidad de frustración que una puede acumular esperando complicidad por parte de algunos tipos que lo único que están pensando es meterla en caliente y, a todo estirar, echarse después una siesta larga junto al oscuro pibón que se han ligado. Algunos se aburrían del juego tras uno o dos embates y entonces reclamaban que centrase mi atención hacia su entrepierna. Otros no colaboraban en absoluto. Sin oponer ningún tipo de resistencia se dejaban hacer. Con aquellos pasivos zánganos no había juego ni diversión posible. También estaban los que se prestaban al principio, pero si no conseguían imponerse enseguida o veían que les suponía demasiado esfuerzo, comenzaban a enfurecerse. Supongo que creían peligrar su muy esperado polvo. Fui testigo de los gatillazos mas perfectos y absolutos por parte de esta tipología de individuo. Al final, cansados y frustrados, se movían hasta el borde de la cama, se vestían enfurruñados y se daban el piro, llamándome de todo. A algunos les llegué a decir que no se fueran, que renunciaba al juego, que follaríamos igual. Pero no funcionó. No siempre.

La tercera o cuarta noche que pasé en solitario como consecuencia de la poca paciencia que algunos hombres muestran en lo que a sexo se refiere, empecé a pensar que tenía que cambiar de táctica para aplacar mi sed combativa. Tal vez había llegado la hora de dar una salida en serio a mi peculiar afición más allá de convertirlo en una mera antesala al polvo.

Empecé a buscar información. Fui desde "lucha" a "lucha libre" y de allí a "lucha libre mixta". Descubrí que hay todo un mundo detrás de éstas 3 palabras. Había más gente -mujeres y hombres- que, como yo, sentían cierta necesidad de combatir. ¡No era un bicho raro! Cada día, cada noche, montones de personas anónimas se reúnen para realizar en privado aquello que a mi, en aquél momento, me parecía una alocada fantasía. La red está llena de vídeos de esos encuentros. Todos los vídeos son parecidos: un hombre y una mujer, ambos en ropa interior, se ponen a luchar sobre un suelo acolchado. Y entonces se agarran, se retuercen, se hacen llaves, forcejean... El objetivo parecía ser inmovilizar al contrario. No parecía haber ningún límite temporal que indicase el final de la pelea o del asalto aparte del cansancio. Supuse que la lucha acabaría cuando uno se rindiera. En los vídeos que vi, era prácticamente siempre el tío quien mordía el polvo. Aunque supongo que lo contrario no resultaría lo suficientemente interesante para subirlo a youtube...

Al ver como chicas anónimas utilizaban sus esculturales anatomías como arma, me excité sobremanera, y me imaginé a mi misma haciendo cosas similares. Me pregunté cómo se sentirían ellos si yo les atrapaba la cabeza entre mis piernas o si se encontraban de repente conmigo encima inmovilizándolos y mi estupendo trasero a menos de un palmo de su cara.

Tras acabar de ver aquellos vídeos, de lo excitada que estaba, tuve que masturbarme salvajemente, imaginando un futuro en el que conseguía vencer a un sinfín de tíos de la más diversa condición. Veía pasar sus rostros indefensos ante mí mientras alcanzaba el clímax. Tenía que meterme en aquél mundillo. No podía esperar.

Está claro que en según que círculos la lucha mixta se considera una práctica sexual fetichista, porque encontré algunos anuncios de gente que se dedicaba a ello cobrando, y también ofrecían servicios de dominación y sado. Logré navegar más allá de la sordidez y las prácticas inquietantes y encontré sanos anuncios de chicos que tan sólo buscaban sparrings para combates de lucha casera. Me presenté.