09 de novembre, 2012

Relats (12) "Muchachica" (part I), per Escoltainvisible

Al principio, yo mismo busqué una posible explicación. Debían llamarla así porque era del norte. En mi cabeza estaba claro. La Muchachica, sin duda era una pequeña pamplonica o tal vez una mañica pequeñica, qué sé yo. En mi ignorancia, di por buena aquella simple explicación y ahí me quedé. No tardaría en darme cuenta de mi error.

La vi por primera vez bailando en una discoteca. Destacaba. Destacaba como una luz en la oscuridad, atrayendo a todos los moscardones, polillas y demás insectos, ávidos por conquistarla, por acercarse. Era imposible ser varón y no fijarse en ella. Bailaba con desparpajo, sin complejos, luciendo en todo momento una encantadora sonrisa. Iba sola. No parecía necesitar refugiarse en la comodidad del grupo de amigas. Sabía exactamente lo que quería. Pelo rizado, pelirrojo, se encrespaba justo por encima de los hombros. Lucía un vestidito de color gris brillante con tirantes y que dejaba una buena parte de la espalda a la vista, por no hablar de unas piernazas que la corta faldita volandera permitía exhibir sin pudor: largas, tersas, atléticas. Más señas, solo para machos: interjección de quien no es capaz de articular sonido alguno para describir lo que está viendo; buf, chaval; demasiao pa'l body; un pibón de bandera; lo flipas, tío; vaya jacaPodría seguir, pero espero que os vayáis haciendo a la idea.
Mi colega de toda la vida, el Maikel, un tipo bastante tonelete aunque muy buen pavo que en realidad se llama Miguelito, se dio cuenta de que me había quedado pasmado contemplando sus evoluciones sobre la pista de baile. Por lo visto, hasta se me olvidó por completo el cubata que sujetaba. Pues nada. Se puso a mi lado y me despertó de mi letargo diciéndome:

Anda, mira, la Muchachica.
¿La «Muchachica»? pregunté yo.
Es como la llaman.
Está buena dije.
Está tremenda respondió el Maikel. Y la opinión generalizada es que en la cama es extraordinaria. Como no hay otra. Y también es bastante abierta, si se me entiende. Tiene reputación de chica fácil.
¿Cómo de fácil?
Muy, muy fácil.
¿Y cómo lo sabes?

El Maikel no contestó, pero me miró directamente a los ojos, se puso la pajita del cubata en los labios y sorbió sin decir ni mu.

No… dije yo, incrédulo.

Él siguió sin hablar, pero cejeó un par de veces, dando a entender que sí, que por supuesto, que había marcado con la Muchachica.

¿Te has tirado a ese bombón?
Mi generalizada opinión es que es extraordinaria. Y lo digo muy en serio.
¡No me habías contado nada!
¡Porque nunca te lo cuento todo! ¡Hay que saber preservar el misterio!Entonces, tú sabes porqué la llaman la Muchachica, ¿no?
¿Te gusta?
Pues claro.
¡Entonces ve allí, y averígualo tú mismo!

Y eso hice. Bajé del mirador desde el que el Maikel y yo solíamos inspeccionar el «ganado» y me dirigí a la pista donde se meneaba el pibón junto a su cohorte de moscardones ansiosos. La Muchachica era toda energía: se desmelenaba dando vueltas como una peonza, bailando con los ojos cerrados, ajena a todo menos a la música. Llegué a pie de pista. Y entonces algo ocurrió: de repente la voz de Ivana Spagna, comenzó a clamar, «call me, call me» desde los altavoces. La canción provocó un estallido de alborozo de la Muchachica, que abrió los ojos justo cuando se encontraba delante de mí. A mí también me gustaba esa canción e hice un gesto parejo de júbilo. Esa leve afinidad que nos convirtió por un instante en almas gemelas, hizo que ella me cogiera del brazo y me sacara a bailar, para mayor fracaso de la compañía de fastidiosos insectos, algunos de ellos más musculosos, bien vestidos y atractivos que yo. Si no hubieran puesto aquella canción precisamente en aquel momento, sería otro el que estaría hoy explicando esta historia. Pero la fortuna me sonrió a mí. Yo fui el elegido.
Disfruté el baile. La proximidad aventuró pícaros toqueteos. Nunca olvidaré aquel primer contacto con sus caderas, ni el contorneo de su menudo cuerpecillo bajo mis dedos.
Algo sucedió mientras bailábamos. Algún brillo en sus ojos nos enlazó aquella noche y evitó que nos separáramos. El resto de la velada transcurrió en una especie de nebulosa. Casi no conservo recuerdos de ella. Creo que después de unas cuantas canciones, por fin, pareció que se cansaba y nos acercamos a la barra. Empezamos a charlar. Creo que en algún momento la besé. Y finalmente, acordamos marcharnos juntos «a un lugar más tranquilo». Me despedí del Maikel a distancia. Le hice un aspaviento diciendo: «Nos vemos. Te llamo». Y él me respondió con otro gesto: «¡Ah, sinvergüenza! ¿Era o no era una chica fácil?».

Inútil sería tratar de explicar el trayecto hasta su casa. Estábamos algo achispados, por decirlo suavemente. Incluso lo que ocurrió en la habitación lo recuerdo confuso. Y es una pena. La primera vez que una chica se desnuda ante ti debería ser un acontecimiento precedido de una adecuada fanfarria, Pero la verdad es que de aquella noche solo retengo retazos inconexos de pasión, lametones, mordisqueos, risas y gozoso vaivén. Creo que ella se ponía arriba, mayormente.
A la mañana siguiente, me desperté en cama ajena. La satisfacción de saber cumplidas mis obligaciones como macho ibérico equilibraba el clásico martilleo con que la resaca da los buenos días a los transnochadores. Pero la curiosidad pudo más que sus mareantes efectos. Me incorporé lo suficiente para contemplar detenidamente el Premio al Campeón de la Noche. Levanté la sábana.
Vaya. A veces, mujeres que lucen mucho cuando están bien vestidas y emperifolladas, resultan una decepción cuando después se quitan la ropa. Esto no ocurría con la Muchachica. Vaya cuerpecico se gastaba la Muchachica. Era menuda, cierto. Pero parecía haber sido especialmente diseñada para descontrolar neuronas masculinas. Cada redondez suya parecía seguir un plan maquiavélico. Cada una de sus curvas habían sido trazadas con la habilidad y capacidad estética de un maestro. Y soy delineante. Sé de lo que hablo.
Contemplándola me entraron ganas de echar otro polvo. Uno del que pudiera conservar algún recuerdo. Esperé que se despertara sola, lo que no tardó en ocurrir. Su cara dulce y perezosa no pareció sorprendida de que yo hubiera pernoctado a su lado. Al contrario. Nos dimos los buenos días y se me abrazó. En efecto, nada indicaba que le hiciera ascos a tenerme al lado, lo cual no es un mal principio para una relación.
Yo tenía que irme a trabajar, aunque fuera sábado. Un proyecto que tenía que entregarse el martes. ¡El maravilloso mundo de los autónomos!

¡Uy! dijo ella decepcionada ¡Qué pena! la Muchachica también tenía ganas de juerga ¿No puedes quedarte ni que sea un ratito más? añadió con expresión tristona ¡Bah! Aunque a decir verdad yo también tengo un montón de cosas por hacer… pero pocas ganas de hacerlas, la verdadUhmDéjame pensar

Y de repente se levantó, desnuda como iba, fue a la puerta del dormitorio y la entreabrió sin cruzarla, inclinándose para hablar con otra chica que estaba al otro lado.

─…¿Te importaría sustituirme esta mañana? ¡Por favor, por favor! ¡Por lo que más quieras!

En aquella pose, las nalgas más perfectas que he visto en mi vida parecían saludarme. Contemplé aquel precioso cuerpecico serranoBueno, no, mejor dicho, aquel cuerpecico pirenaico que se gastaba la Muchachica. Y la hinchazón que había empezado a sentir en la entrepierna empeoró. Bastante.
Por lo visto, la chica del otro lado debió de asentir a la propuesta, porque la Muchachica se puso muy contenta.

¡Gracias, gracias, gracias! ¡Te lo devolveré! ¡El lunes iré yo a tomar apuntes de Econometría!

Y en un par de botes volvió a la cama y me abrazó de nuevo.

Ya está. Ya no tengo nada que hacer. Y ahora que he hecho un sacrificio por estar un ratito más juntos, estás obligado a hacer lo mismo…dijo con picardía. Y antes de esperar una respuesta, me echó una mirada con sus grandes y brillantes ojos marrones que hubiera podido fundir un polo en segundos. Y no contenta con eso, su mano llegó hasta mi paquete y empezó a juguetear con él hasta que me tuvo a punto de explotar.

Perdí el control. Una polla puede más que muchas mentes. Y la mía tomó el mando. Follamos de nuevo. Con brío, con alegría, con desparpajo, sin complejos. el Maikel tenía razón: la Muchachica era extraordinaria en la cama. Extraordinaria, sí. Aunque a pesar de todo, no séCreo que su advertencia al respecto me había hecho fantasear demasiadoNo es que quedara decepcionado, ni mucho menos. Disfruté cada momento. Solo que… había esperado más.

Naturalmente, aquel día llegué tarde a trabajar. Pero oye, peor para ellos. Contratan a jóvenes de 24 años, y ¿Qué esperan? ¿Puntualidad? ¿Un sábado por la mañana?

Cuando por fin, después del segundo polvo, la Muchachica aceptó deportivamente que me tenía que marchar, pude por fin apreciar como era el piso donde vivía, aquel piso que la noche anterior, con el calentón y el puntillo, me había pasado completamente desapercibido. Me sorprendió su tamaño. Era gigantesco. Saliendo de la habitación crucé un pasillo que tenía un montón de puertas a cada lado. No menos de nueve. Y todas estaban numeradas, como las habitaciones de un hotel. La verdad es que no me fijé cual era el número de mi puerta. El pasillo desembocaba en un espacio redondo, inmenso, y con grandes ventanales, que parecía hacer las veces de salón, comedor y también cocina.
Imaginé que la Muchachica debía vivir con sus padres, sus hermanos y quién sabe si también tías y abuela. Por las dimensiones del apartamento, no me hubiera sorprendido saber que sus padres fueran del Opus y que ella fuera miembro de una familia de diez hermanos. En lo primero, me equivoqué. En lo segundopues no tanto.
A la hora en que me fui, en la inmensa sala común no había nadie. Estuve a punto de formularle a la Muchachica alguna de las mil preguntas que habrían contribuido a aliviar mi curiosidad, pero no pude. ¿He dicho ya que la Muchachica era un cúmulo de energía? Pues no, era una supernova. Parecía sufrir de hiperactividad. Y en aquel momento lo mostraba con su verborrea. Se había puesto a hacer una detallada enumeración de las mil actividades con las que llenaba su tiempo, aunque yo, la verdad, pronto perdí el hilo y fui contestando con el piloto automático. Cuando me hallé en la puerta nos interrumpimos por la más acuciante necesidad de intercambiar teléfonos, la promesa de volver a vernos pronto y un apasionado beso de despedida.
Al llegar a la calle, vi que en el papelito que me había dado, solo estaba su número de teléfono. Me había pasado toda la noche en su casa, habíamos follado como mínimo dos veces, y seguía sin saber su nombre.

¡Mecachis! ─Protesté.