Pero
como decía la canción, «la fuerza del destino nos hizo repetir».
Llamé a Muchachica
por la tarde y quedé con ella. Quería probar a vernos en otro
ambiente, ella y yo solos. Vestidos, para variar. Como un simple
juego anticipatorio de todo lo demás. Ella aceptó enseguida. Y
parecía contenta. Teníamos una cita. Con el corazón henchido,
llamé por enésima vez al Maikel, que llevaba toda la mañana
esquivando mis llamadas.
─Perdona,
tío ─me
dijo─.
Es que ayer, cuando te fuiste, también conseguí triunfar, y esta
mañana estaba muerto.
─¡Eres
un Don Juan, Maikel!
─¡Sí,
ya, mira quién fue a hablar! ¡El patito feo! Bueno, va, desembucha.
¿Qué tal la Muchachica?
Vaya polvazos echa, ¿eh?
─¡Buah,
tío! ¡Una fuera de serie! El polvo de mi vida. Y aun así…
─Aun
así, ¿qué? ¡Tío, que montárselo con la tipa esta es lo más de
lo más! Yo creo que con ella alcancé el cenit de mi carrera sexual.
A partir de ella, sé que todo va a ser cuesta abajo.
─¿Ves?
A eso me refiero. Estuvo genial, la tía se lo monta de puta madre,
por no decir que me parece súper agradable, simpática, y que está
buena que te cagas, pero a ver, quizá sí fue el mejor polvo que he
echado nunca, pero vamos, que el siguiente polvo tampoco queda muy
atrás en el ranking,
y aspiro a echarlos mejores todavía…
─Uy,
uy, uy…
Espera
un momento ─dijo
el Maikel, oliéndose algo raro─
¿Llegaste a averiguar el porqué de su mote? ¿Sabes ya por qué la
llaman Muchachica?
─Pues
no, la verdad. Imagino que será mañica o algo. Aunque a decir
verdad, no tiene acento aragonés. Por lo que sé, podría venir de
Alicante, de Badajoz, de Valladolid…
─No
tío, que eso si lo sé. La tía es de Sabadell de toda la vida.
─Ah,
pues entonces igual es algo relacionado con el que le puso el mote,
no sé…
─Ay,
tío, qué pena que no llegaras a averiguarlo. Creo que con la
Muchachica
te has quedado a medias.
─Bueno,
eso puede arreglarse…
Hemos
quedado esta tarde. Vamos a tomar algo, después igual vemos una
peli, y después…
lo
que surja.
─¿Cómo?
¿Has quedado otra vez con ella?
─Pues
sí. Y no me ha costado, la verdad. Al despedirnos esta
mañana,
ha dicho que quería volver a verme. Y parecía sincera. Anoche nos
lo pasamos muy bien. De hecho quería haberla llamado después de
darte el parte, pero como no te…
─¡Hey,
hey, hey…!
¡Un momento! ─me
interrumpió─
¿No estarás pensando empezar algo serio con la Muchachica
esta,
no?
─¡No,
no, qué dices! ─respondí
de inmediato, aunque mientras lo hacía, noté como me invadía una
desazón incontrolable desde lo más profundo del pecho─
¡Nada, hombre, no te preocupes, que no hay peligro! ¡Solo
sexo! ¡Deporte! ─dije
sin mucha convicción.
─Sí,
ya. ¡Ve con ojo, Enric! ─me
avisó─
¡No te conviene enamorarte de la Muchachica!
Acudí
a la cita con semblante apesadumbrado, pero la verdad es que a la que
estuve junto a ella, su energía, su desparpajo, su actividad y su
chispeante alegría lo envolvieron todo. Ella sabía de una feria de
barrio que se había instalado con sus paraditas, sus tiros al
blanco, sus autos de choque, sus tómbolas y el resto de tonterías.
Fuimos hacia allá. En cuestión de segundos su embrujo logró
disipar mi zozobra. Mi tristeza desapareció. Y con ella, desapareció
también el recuerdo de la conversación con el Maikel, que no
regresaría hasta mucho después. Comencé a reír. Me lo estaba
pasando bien. La Muchachica
era especial.
Acabamos
de nuevo en su casa, como ya hicimos la noche anterior. Solo que en
esta
ocasión, era bastante más pronto y yo estaba bastante más sereno.
Tal y como llegamos al salón redondo, vi que había otra chica,
sentada en un taburete de la cocina americana, iluminada por una
única lámpara que tenía prácticamente encima. Parecía estar
estudiando.
Pero
lo que me dejó atónito fue su apariencia. ¡Era idéntica en todo a
mi Muchachica!
¡Se parecían como dos gotas de agua! Asumí automáticamente que me
hallaba ante la hermana gemela de mi Muchachica.
Pero, ¡que me den con un canto si en mi vida había visto dos
gemelos que se parecieran tanto! Solo podía diferenciarlas por la
indumentaria: la estudiantica
llevaba una ropa más cómoda, de andar por casa: camiseta de
tirantes,
pantalones cortos…
mientras
que mi Muchachica
iba muy sexy,
vestida de noche, muy corta también, para matar. La
otra llevaba
unas gafitas
que le daban un aire intelectual. Nos
dirigió un par de miradas furibundas por encima de los cristales.
Esa era otra diferencia. En todo momento dio la impresión de que en
aquella sala molestábamos. Las
dos chicas se dieron un breve saludo y eso fue todo. Yo, para romper
el hielo, dije:
─Hey,
¿qué tal? ─y
dirigiéndome a mi chica, añadí— ¿…
y
esta
es?
─Estela
─se
presentó la otra, sin mirarme─
¿Quién, sino?
Sin
perder la sonrisa ni un momento, la Muchachica
se situó detrás de su
hermana
y la rodeó con el brazo.
─¿Qué?
¿Cómo lo llevas?
─Buff
─rezongó.
─Oye,
¿queda alguna cama disponible esta
noche? ─preguntó
entonces.
─Mmm…
Prueba
en la ocho. Es esa o ninguna.
─¡Muy
bien, perfecto! ─concluyó
la Muchachica─.
Ya lo has oído, ¿no? Habitación ocho.
─Ehm…
Sí,
perdona ─contesté,
todavía algo sorprendido, mirando alternativamente a la una y a la
otra
para intentar descubrir algún rasgo que las diferenciara─.
¿Algún lavabo que pueda usar?
─Allí
hay uno ─respondió
mi chica, señalando al otro
lado de la estancia─.
Y en el pasillo hay dos más. De hecho, yo voy a darme una ducha. Te
espero en la habitación. La ocho.
─De
acuerdo ─dije.
Nos
separamos un momento y fui a atender la llamada de la fisiología
humana. Al acabar, tenía que volver a pasar por la sala donde estaba
la gemela de la Muchachica.
Y así lo hice. La tal Estela seguía estudiando concienzudamente
bajo la luz. Era tan igual a su hermana, que me dio la impresión de
que era ella misma jugando a los disfraces. Y también me gustaba de
intelectual. Verla así disparó otra modalidad de la fisiología: me
puse muy cachondo.
Tal
vez esa fuera la razón por la cual mi raciocinio optó por ignorar
las señales de alarma y, dispuesto a averiguar algo más de la
familia, me acerqué a Estela. Estaba decidido a arrancarle una
mínima conversación.
─¡Fiu!
─Silbé,
mirando a mi alrededor─.
Vaya casita que tenéis,
¿no? Os tienen que clavar bastante de alquiler, ¿verdad?
La
hermanica me miró de
nuevo por encima de las gafas.
No acerté a detectar
el fastidio que su rostro trataba de comunicar, de manera que
continué:
─Oye,
a lo mejor puedes ayudarme…
Resulta
que empecé a salir ayer mismo con tu hermana, y
no logro recordar si se me presentó o no, y la verdad es que a estas
alturas me da reparo preguntarle
su…
─Oye,
¿¿te importa?? ─me
cortó ella, con cara de malas pulgas.
Y
eso fue todo. Allí
sobraba.
Me marché como un perro apaleado, sin decir ni una palabra más,
dejándola sola, con la mirada perdida en las profundidades de sus
eruditos apuntes. ¡Vaya pronto tenía la hermanica!
Total,
que me interné en el pasillo de las habitaciones y busqué la puerta
número ocho. Visto desde mi actual perspectiva, cuando ya ha pasado
bastante tiempo de aquello, resultaba algo extraño que la Muchachica
tuviera que preguntar dónde tenía que dormir, ¿no? Pero la verdad,
entre el calentón que yo llevaba y el hecho de que suelo adaptarme
ciegamente a la normativa de los lugares a los que voy, no acerté a
planteármelo. Vi una puerta en un lateral, por debajo de que se veía
luz y se oía agua circulando. Alguien tarareaba quedamente en el
interior. Pensé que era la Muchachica,
que se aseaba antes de meterse en la cama. Encontré la puerta ocho y
entré. Fui incapaz de encontrar el interruptor de la luz, pero no
importaba mucho. Entre la claridad que entraba por la ventana abierta
y la tenue luz que se filtraba desde el pasillo, distinguí a una
persona metida en la cama, durmiendo. Aquello me dejó perplejo.
¿Estaba ocupada la habitación? ¿Y dónde leñe se suponía que
teníamos que follar la Muchachica
y yo? Pero entonces me di cuenta de una cosa: ¡quien estaba en la
cama, durmiendo con tranquilidad, no era otra que la Muchachica!
La persona de la ducha tenía que ser otra compañera de piso. Quizá
otra hermana. Entonces entré, y cerré la puerta tras de mí. Me
aseguré de que, en realidad, no me hubiera equivocado. Pero no, era
ella, mi Muchachica.
Además, Estela había dicho que teníamos la habitación número
ocho libre, ¿no? Luego, no había duda.
Me
acosté junto a la Muchachica,
que estaba tendida de costado. Estaba desnuda. En la semioscuridad
palpé la redondez de aquel
culazo perfecto que se gastaba, aunque ella no hizo nada. Después
mis dedos ascendieron, acariciándole el brazo. Nada. Estaba
profundamente
dormida.
Aprovecharse impunemente de una tía buena que duerme siempre figuró
entre mis fantasías de juventud preferidas. Por
supuesto,
nunca me hubiera atrevido a intentarlo con alguien que no hubiese
mostrado por
adelantado su
apetencia por mí. Pero en el caso de la Muchachica,
eso no era un problema. De manera que a ello me puse. La toqueteé
tanto como quise, le pasé la lengua por la espalda, le di
mordisquitos…
En
algún punto de aquel
excitante preliminar, noté como la Muchachica
se iba desperezando. Con
parsimonia,
empezó a participar. Al
fin se dio la vuelta
y con avidez buscó mi boca, hasta que la encontró.
Y
en eso estábamos cuando de repente, la puerta de la habitación se
abrió de nuevo y vi que otra persona se había detenido en el umbral
y nos observaba sin decir palabra. Reconocí su silueta, pues era
igual que la de mi Muchachica:
era su
gemela, Estela. Intenté protestar, pero mi Muchachica
me estaba besando con tanta pasión que no pude decir nada. Y ella
misma pareció ignorar el hecho de que nuestra intimidad estaba
siendo invadida impunemente. Entonces, Estela hizo algo de lo que,
tras nuestro primer y muy desafortunado encuentro, no le hubiese
creído capaz: entró en la habitación, vino hasta nosotros sin
dudarlo y ante mi asombro, se apuntó al juego. La Muchachica
no hizo ni el más ligero amago de intentar detenerla, de manera que
ya me tienes a mi, metido en un ménage
à trois
con dos muchachicas: las gemelas más explosivas que he visto en mi
vida. Y una por un lado y la otra por otro. Si tenía la una al
frente, la otra me cubría la espalda. Si una dejaba de besarme, la
otra la sustituía con presteza. Y si mi boca parecía ocupada en
todo momento, ¿qué deciros de la polla? cuatro manos, dos culos,
dos bocas, y dos almejas pugnaban entre sí por tenerla a su merced,
en una frenética actividad de lo más estresante.
¡Qué
noche, señores, qué noche! Morí. Me dejaron destrozado.
Anímicamente, no. Anímicamente era feliz.
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