25 de novembre, 2012
21 de novembre, 2012
Relats (12) "Muchachica" (part II) per Escoltainvisible
Pero
como decía la canción, «la fuerza del destino nos hizo repetir».
Llamé a Muchachica
por la tarde y quedé con ella. Quería probar a vernos en otro
ambiente, ella y yo solos. Vestidos, para variar. Como un simple
juego anticipatorio de todo lo demás. Ella aceptó enseguida. Y
parecía contenta. Teníamos una cita. Con el corazón henchido,
llamé por enésima vez al Maikel, que llevaba toda la mañana
esquivando mis llamadas.
─Perdona,
tío ─me
dijo─.
Es que ayer, cuando te fuiste, también conseguí triunfar, y esta
mañana estaba muerto.
─¡Eres
un Don Juan, Maikel!
─¡Sí,
ya, mira quién fue a hablar! ¡El patito feo! Bueno, va, desembucha.
¿Qué tal la Muchachica?
Vaya polvazos echa, ¿eh?
─¡Buah,
tío! ¡Una fuera de serie! El polvo de mi vida. Y aun así…
─Aun
así, ¿qué? ¡Tío, que montárselo con la tipa esta es lo más de
lo más! Yo creo que con ella alcancé el cenit de mi carrera sexual.
A partir de ella, sé que todo va a ser cuesta abajo.
─¿Ves?
A eso me refiero. Estuvo genial, la tía se lo monta de puta madre,
por no decir que me parece súper agradable, simpática, y que está
buena que te cagas, pero a ver, quizá sí fue el mejor polvo que he
echado nunca, pero vamos, que el siguiente polvo tampoco queda muy
atrás en el ranking,
y aspiro a echarlos mejores todavía…
─Uy,
uy, uy…
Espera
un momento ─dijo
el Maikel, oliéndose algo raro─
¿Llegaste a averiguar el porqué de su mote? ¿Sabes ya por qué la
llaman Muchachica?
─Pues
no, la verdad. Imagino que será mañica o algo. Aunque a decir
verdad, no tiene acento aragonés. Por lo que sé, podría venir de
Alicante, de Badajoz, de Valladolid…
─No
tío, que eso si lo sé. La tía es de Sabadell de toda la vida.
─Ah,
pues entonces igual es algo relacionado con el que le puso el mote,
no sé…
─Ay,
tío, qué pena que no llegaras a averiguarlo. Creo que con la
Muchachica
te has quedado a medias.
─Bueno,
eso puede arreglarse…
Hemos
quedado esta tarde. Vamos a tomar algo, después igual vemos una
peli, y después…
lo
que surja.
─¿Cómo?
¿Has quedado otra vez con ella?
─Pues
sí. Y no me ha costado, la verdad. Al despedirnos esta
mañana,
ha dicho que quería volver a verme. Y parecía sincera. Anoche nos
lo pasamos muy bien. De hecho quería haberla llamado después de
darte el parte, pero como no te…
─¡Hey,
hey, hey…!
¡Un momento! ─me
interrumpió─
¿No estarás pensando empezar algo serio con la Muchachica
esta,
no?
─¡No,
no, qué dices! ─respondí
de inmediato, aunque mientras lo hacía, noté como me invadía una
desazón incontrolable desde lo más profundo del pecho─
¡Nada, hombre, no te preocupes, que no hay peligro! ¡Solo
sexo! ¡Deporte! ─dije
sin mucha convicción.
─Sí,
ya. ¡Ve con ojo, Enric! ─me
avisó─
¡No te conviene enamorarte de la Muchachica!
Acudí
a la cita con semblante apesadumbrado, pero la verdad es que a la que
estuve junto a ella, su energía, su desparpajo, su actividad y su
chispeante alegría lo envolvieron todo. Ella sabía de una feria de
barrio que se había instalado con sus paraditas, sus tiros al
blanco, sus autos de choque, sus tómbolas y el resto de tonterías.
Fuimos hacia allá. En cuestión de segundos su embrujo logró
disipar mi zozobra. Mi tristeza desapareció. Y con ella, desapareció
también el recuerdo de la conversación con el Maikel, que no
regresaría hasta mucho después. Comencé a reír. Me lo estaba
pasando bien. La Muchachica
era especial.
Acabamos
de nuevo en su casa, como ya hicimos la noche anterior. Solo que en
esta
ocasión, era bastante más pronto y yo estaba bastante más sereno.
Tal y como llegamos al salón redondo, vi que había otra chica,
sentada en un taburete de la cocina americana, iluminada por una
única lámpara que tenía prácticamente encima. Parecía estar
estudiando.
Pero
lo que me dejó atónito fue su apariencia. ¡Era idéntica en todo a
mi Muchachica!
¡Se parecían como dos gotas de agua! Asumí automáticamente que me
hallaba ante la hermana gemela de mi Muchachica.
Pero, ¡que me den con un canto si en mi vida había visto dos
gemelos que se parecieran tanto! Solo podía diferenciarlas por la
indumentaria: la estudiantica
llevaba una ropa más cómoda, de andar por casa: camiseta de
tirantes,
pantalones cortos…
mientras
que mi Muchachica
iba muy sexy,
vestida de noche, muy corta también, para matar. La
otra llevaba
unas gafitas
que le daban un aire intelectual. Nos
dirigió un par de miradas furibundas por encima de los cristales.
Esa era otra diferencia. En todo momento dio la impresión de que en
aquella sala molestábamos. Las
dos chicas se dieron un breve saludo y eso fue todo. Yo, para romper
el hielo, dije:
─Hey,
¿qué tal? ─y
dirigiéndome a mi chica, añadí— ¿…
y
esta
es?
─Estela
─se
presentó la otra, sin mirarme─
¿Quién, sino?
Sin
perder la sonrisa ni un momento, la Muchachica
se situó detrás de su
hermana
y la rodeó con el brazo.
─¿Qué?
¿Cómo lo llevas?
─Buff
─rezongó.
─Oye,
¿queda alguna cama disponible esta
noche? ─preguntó
entonces.
─Mmm…
Prueba
en la ocho. Es esa o ninguna.
─¡Muy
bien, perfecto! ─concluyó
la Muchachica─.
Ya lo has oído, ¿no? Habitación ocho.
─Ehm…
Sí,
perdona ─contesté,
todavía algo sorprendido, mirando alternativamente a la una y a la
otra
para intentar descubrir algún rasgo que las diferenciara─.
¿Algún lavabo que pueda usar?
─Allí
hay uno ─respondió
mi chica, señalando al otro
lado de la estancia─.
Y en el pasillo hay dos más. De hecho, yo voy a darme una ducha. Te
espero en la habitación. La ocho.
─De
acuerdo ─dije.
Nos
separamos un momento y fui a atender la llamada de la fisiología
humana. Al acabar, tenía que volver a pasar por la sala donde estaba
la gemela de la Muchachica.
Y así lo hice. La tal Estela seguía estudiando concienzudamente
bajo la luz. Era tan igual a su hermana, que me dio la impresión de
que era ella misma jugando a los disfraces. Y también me gustaba de
intelectual. Verla así disparó otra modalidad de la fisiología: me
puse muy cachondo.
Tal
vez esa fuera la razón por la cual mi raciocinio optó por ignorar
las señales de alarma y, dispuesto a averiguar algo más de la
familia, me acerqué a Estela. Estaba decidido a arrancarle una
mínima conversación.
─¡Fiu!
─Silbé,
mirando a mi alrededor─.
Vaya casita que tenéis,
¿no? Os tienen que clavar bastante de alquiler, ¿verdad?
La
hermanica me miró de
nuevo por encima de las gafas.
No acerté a detectar
el fastidio que su rostro trataba de comunicar, de manera que
continué:
─Oye,
a lo mejor puedes ayudarme…
Resulta
que empecé a salir ayer mismo con tu hermana, y
no logro recordar si se me presentó o no, y la verdad es que a estas
alturas me da reparo preguntarle
su…
─Oye,
¿¿te importa?? ─me
cortó ella, con cara de malas pulgas.
Y
eso fue todo. Allí
sobraba.
Me marché como un perro apaleado, sin decir ni una palabra más,
dejándola sola, con la mirada perdida en las profundidades de sus
eruditos apuntes. ¡Vaya pronto tenía la hermanica!
Total,
que me interné en el pasillo de las habitaciones y busqué la puerta
número ocho. Visto desde mi actual perspectiva, cuando ya ha pasado
bastante tiempo de aquello, resultaba algo extraño que la Muchachica
tuviera que preguntar dónde tenía que dormir, ¿no? Pero la verdad,
entre el calentón que yo llevaba y el hecho de que suelo adaptarme
ciegamente a la normativa de los lugares a los que voy, no acerté a
planteármelo. Vi una puerta en un lateral, por debajo de que se veía
luz y se oía agua circulando. Alguien tarareaba quedamente en el
interior. Pensé que era la Muchachica,
que se aseaba antes de meterse en la cama. Encontré la puerta ocho y
entré. Fui incapaz de encontrar el interruptor de la luz, pero no
importaba mucho. Entre la claridad que entraba por la ventana abierta
y la tenue luz que se filtraba desde el pasillo, distinguí a una
persona metida en la cama, durmiendo. Aquello me dejó perplejo.
¿Estaba ocupada la habitación? ¿Y dónde leñe se suponía que
teníamos que follar la Muchachica
y yo? Pero entonces me di cuenta de una cosa: ¡quien estaba en la
cama, durmiendo con tranquilidad, no era otra que la Muchachica!
La persona de la ducha tenía que ser otra compañera de piso. Quizá
otra hermana. Entonces entré, y cerré la puerta tras de mí. Me
aseguré de que, en realidad, no me hubiera equivocado. Pero no, era
ella, mi Muchachica.
Además, Estela había dicho que teníamos la habitación número
ocho libre, ¿no? Luego, no había duda.
Me
acosté junto a la Muchachica,
que estaba tendida de costado. Estaba desnuda. En la semioscuridad
palpé la redondez de aquel
culazo perfecto que se gastaba, aunque ella no hizo nada. Después
mis dedos ascendieron, acariciándole el brazo. Nada. Estaba
profundamente
dormida.
Aprovecharse impunemente de una tía buena que duerme siempre figuró
entre mis fantasías de juventud preferidas. Por
supuesto,
nunca me hubiera atrevido a intentarlo con alguien que no hubiese
mostrado por
adelantado su
apetencia por mí. Pero en el caso de la Muchachica,
eso no era un problema. De manera que a ello me puse. La toqueteé
tanto como quise, le pasé la lengua por la espalda, le di
mordisquitos…
En
algún punto de aquel
excitante preliminar, noté como la Muchachica
se iba desperezando. Con
parsimonia,
empezó a participar. Al
fin se dio la vuelta
y con avidez buscó mi boca, hasta que la encontró.
Y
en eso estábamos cuando de repente, la puerta de la habitación se
abrió de nuevo y vi que otra persona se había detenido en el umbral
y nos observaba sin decir palabra. Reconocí su silueta, pues era
igual que la de mi Muchachica:
era su
gemela, Estela. Intenté protestar, pero mi Muchachica
me estaba besando con tanta pasión que no pude decir nada. Y ella
misma pareció ignorar el hecho de que nuestra intimidad estaba
siendo invadida impunemente. Entonces, Estela hizo algo de lo que,
tras nuestro primer y muy desafortunado encuentro, no le hubiese
creído capaz: entró en la habitación, vino hasta nosotros sin
dudarlo y ante mi asombro, se apuntó al juego. La Muchachica
no hizo ni el más ligero amago de intentar detenerla, de manera que
ya me tienes a mi, metido en un ménage
à trois
con dos muchachicas: las gemelas más explosivas que he visto en mi
vida. Y una por un lado y la otra por otro. Si tenía la una al
frente, la otra me cubría la espalda. Si una dejaba de besarme, la
otra la sustituía con presteza. Y si mi boca parecía ocupada en
todo momento, ¿qué deciros de la polla? cuatro manos, dos culos,
dos bocas, y dos almejas pugnaban entre sí por tenerla a su merced,
en una frenética actividad de lo más estresante.
¡Qué
noche, señores, qué noche! Morí. Me dejaron destrozado.
Anímicamente, no. Anímicamente era feliz.
09 de novembre, 2012
Relats (12) "Muchachica" (part I), per Escoltainvisible
Al
principio, yo mismo busqué una posible explicación. Debían
llamarla así porque era del norte. En mi cabeza estaba claro. La
Muchachica,
sin duda era una pequeña
pamplonica
o tal vez una mañica
pequeñica,
qué sé yo. En mi ignorancia, di por buena aquella simple
explicación y ahí me quedé. No tardaría en darme cuenta de mi
error.
La
vi por primera vez bailando en una discoteca. Destacaba. Destacaba
como una luz en la oscuridad, atrayendo a todos los moscardones,
polillas y demás insectos, ávidos por conquistarla, por acercarse.
Era imposible ser varón y no fijarse en ella. Bailaba con
desparpajo, sin complejos, luciendo en todo momento una encantadora
sonrisa. Iba sola. No parecía necesitar refugiarse en la comodidad
del grupo de amigas. Sabía exactamente lo que quería. Pelo rizado,
pelirrojo, se encrespaba
justo por encima de los hombros. Lucía un vestidito de color gris
brillante
con tirantes y que
dejaba una buena parte de la espalda a la vista, por no hablar de
unas piernazas que la corta faldita volandera permitía exhibir sin
pudor: largas, tersas, atléticas. Más señas, solo para machos:
interjección de quien no es capaz de articular sonido alguno para
describir lo que está viendo; buf,
chaval; demasiao
pa'l
body;
un
pibón
de bandera; lo flipas, tío;
vaya jaca…
Podría
seguir, pero espero que os vayáis haciendo a la idea.
Mi
colega de toda la vida, el
Maikel,
un tipo bastante tonelete aunque muy buen pavo que en realidad se
llama Miguelito, se dio cuenta de que me había quedado pasmado
contemplando sus evoluciones sobre la pista de baile. Por
lo visto, hasta
se me olvidó por completo el cubata que sujetaba. Pues nada. Se puso
a mi lado y me despertó de mi letargo diciéndome:
─Anda,
mira, la
Muchachica.
─¿La
«Muchachica»? ─pregunté
yo.
─Es
como la llaman.
─Está
buena ─dije.
─Está
tremenda ─respondió
el Maikel─.
Y la
opinión generalizada es que en la cama es extraordinaria. Como no
hay otra. Y también es bastante abierta, si se me entiende. Tiene
reputación de chica fácil.
─¿Cómo
de fácil?
─Muy,
muy fácil.
─¿Y
cómo lo sabes?
El
Maikel
no contestó, pero me miró directamente a los ojos, se puso la
pajita del cubata en los labios y sorbió sin decir ni mu.
─No…
─dije
yo, incrédulo.
Él
siguió sin hablar, pero
cejeó un par de veces, dando a entender que sí, que por supuesto,
que había marcado con la Muchachica.
─¿Te
has tirado a ese bombón?
─Mi
generalizada opinión es que es extraordinaria.
Y lo digo muy en serio.
─¡No
me habías contado nada!
─¡Porque
nunca te lo cuento todo! ¡Hay que saber preservar el
misterio!─Entonces,
tú sabes porqué la llaman la Muchachica, ¿no?
─¿Te
gusta?
─Pues
claro.
─¡Entonces
ve allí,
y averígualo tú mismo!
Y
eso hice. Bajé del mirador desde el que el Maikel y yo solíamos
inspeccionar el «ganado»
y me dirigí a la pista donde se meneaba el pibón junto a su cohorte
de moscardones ansiosos. La Muchachica era toda energía: se
desmelenaba dando vueltas como una peonza, bailando con los ojos
cerrados, ajena a todo menos a la música. Llegué a pie de pista. Y
entonces algo ocurrió: de repente la voz de Ivana Spagna, comenzó a
clamar, «call
me, call me»
desde los altavoces. La canción provocó un estallido de alborozo de
la Muchachica, que abrió los ojos justo cuando se encontraba delante
de mí. A mí también me gustaba esa canción e hice un gesto parejo
de júbilo. Esa
leve afinidad que nos convirtió por un instante en almas gemelas,
hizo que ella me cogiera del brazo y me sacara a
bailar, para mayor fracaso de la compañía de fastidiosos insectos,
algunos de ellos más musculosos, bien vestidos y atractivos que yo.
Si no hubieran puesto aquella canción precisamente en aquel
momento, sería otro el que estaría hoy explicando esta
historia. Pero la fortuna me sonrió a mí. Yo fui el elegido.
Disfruté
el baile. La proximidad aventuró pícaros toqueteos. Nunca olvidaré
aquel
primer contacto con sus caderas, ni el contorneo de su menudo
cuerpecillo bajo mis dedos.
Algo
sucedió mientras bailábamos. Algún brillo en sus ojos nos enlazó
aquella noche y evitó que nos separáramos. El resto de la velada
transcurrió en una especie de nebulosa. Casi no conservo recuerdos
de ella. Creo que después de unas cuantas canciones, por fin,
pareció que se cansaba y nos acercamos a la barra. Empezamos a
charlar. Creo que en algún momento la besé. Y finalmente, acordamos
marcharnos juntos «a
un lugar más tranquilo».
Me despedí del Maikel a distancia. Le hice un aspaviento diciendo:
«Nos
vemos. Te llamo».
Y él me respondió con otro gesto: «¡Ah,
sinvergüenza! ¿Era o no era una chica fácil?».
Inútil
sería tratar de explicar el trayecto hasta su casa. Estábamos algo
achispados, por decirlo suavemente. Incluso lo que ocurrió en la
habitación lo recuerdo confuso. Y es una pena. La primera vez que
una chica se desnuda ante
ti debería ser un acontecimiento precedido de una adecuada
fanfarria, Pero
la verdad es que de aquella
noche solo retengo
retazos inconexos de pasión, lametones,
mordisqueos, risas y gozoso vaivén. Creo que ella se ponía arriba,
mayormente.
A
la mañana siguiente, me desperté en cama ajena. La satisfacción de
saber cumplidas mis obligaciones como macho ibérico equilibraba el
clásico martilleo con que la resaca da los buenos días a los
transnochadores. Pero la curiosidad pudo más que sus mareantes
efectos. Me incorporé lo suficiente para contemplar detenidamente el
Premio al Campeón de la Noche. Levanté la sábana.
Vaya.
A
veces, mujeres que lucen mucho cuando están bien vestidas y
emperifolladas, resultan una decepción cuando después se quitan la
ropa. Esto no ocurría con la
Muchachica. Vaya cuerpecico se
gastaba
la Muchachica. Era
menuda,
cierto. Pero parecía haber sido especialmente diseñada para
descontrolar neuronas
masculinas.
Cada
redondez suya parecía seguir un plan maquiavélico. Cada
una de sus curvas habían sido trazadas con la habilidad y capacidad
estética de un maestro. Y
soy delineante. Sé de lo que hablo.
Contemplándola
me entraron ganas de echar otro polvo. Uno del que pudiera
conservar algún
recuerdo. Esperé que se despertara sola, lo que no tardó en
ocurrir. Su cara dulce y perezosa no pareció sorprendida de que yo
hubiera pernoctado a su lado. Al contrario. Nos dimos los buenos días
y se me abrazó. En efecto, nada indicaba que le hiciera ascos a
tenerme al lado, lo
cual no es un mal principio para una relación.
Yo
tenía que irme a trabajar, aunque fuera sábado. Un proyecto que
tenía que entregarse el martes. ¡El maravilloso mundo de los
autónomos!
─¡Uy!
─dijo
ella decepcionada─
¡Qué pena! ─la
Muchachica también tenía ganas de juerga─
¿No puedes quedarte ni que sea un ratito más? ─añadió
con expresión tristona─
¡Bah! Aunque a decir verdad yo también tengo un montón de cosas
por hacer…
pero
pocas
ganas de hacerlas, la verdad…
Uhm…
Déjame
pensar…
Y
de repente se levantó, desnuda como iba, fue a la puerta del
dormitorio y la entreabrió sin cruzarla, inclinándose para hablar
con otra chica que estaba al otro lado.
─…¿Te
importaría sustituirme esta
mañana? ¡Por favor, por favor! ¡Por lo que más quieras!
En
aquella pose, las nalgas más perfectas que he visto en mi vida
parecían saludarme. Contemplé aquel
precioso cuerpecico serrano…
Bueno,
no, mejor dicho, aquel
cuerpecico pirenaico que se gastaba la Muchachica. Y la hinchazón
que había empezado a sentir en la entrepierna empeoró. Bastante.
Por
lo visto, la chica del otro lado debió de asentir a la propuesta,
porque la Muchachica se puso muy contenta.
─¡Gracias,
gracias, gracias! ¡Te lo devolveré! ¡El lunes iré yo a tomar
apuntes de Econometría!
Y
en un par de botes volvió a la cama y me abrazó de nuevo.
─Ya
está. Ya no tengo nada que hacer. Y ahora que he hecho un sacrificio
por estar un ratito más juntos, estás obligado a hacer lo
mismo…─dijo
con picardía. Y antes de esperar una respuesta, me echó una mirada
con sus grandes y brillantes ojos marrones que hubiera podido fundir
un polo en segundos. Y no contenta con eso, su mano llegó hasta mi
paquete y empezó a juguetear con él hasta que me tuvo a
punto de explotar.
Perdí
el control. Una polla puede más que
muchas mentes. Y la mía tomó el mando. Follamos de nuevo. Con brío,
con alegría, con desparpajo, sin complejos. el Maikel tenía razón:
la Muchachica era extraordinaria en la cama. Extraordinaria, sí.
Aunque a pesar de todo, no sé…
Creo
que su advertencia al respecto me había hecho fantasear demasiado…
No
es que quedara decepcionado, ni mucho menos. Disfruté cada momento.
Solo que…
había
esperado más.
Naturalmente,
aquel
día llegué tarde
a trabajar. Pero
oye, peor para ellos. Contratan a jóvenes de 24 años, y ¿Qué
esperan? ¿Puntualidad? ¿Un sábado por la mañana?
Cuando
por fin, después del segundo polvo, la Muchachica aceptó
deportivamente que me tenía que
marchar, pude por fin apreciar como era el piso donde vivía, aquel
piso que la noche anterior,
con el calentón y el puntillo,
me había pasado completamente desapercibido. Me sorprendió su
tamaño. Era gigantesco. Saliendo de la habitación crucé un pasillo
que tenía un montón de puertas a cada lado. No menos de nueve. Y
todas estaban numeradas, como las habitaciones de un hotel. La verdad
es que no me fijé cual era el número de mi puerta. El pasillo
desembocaba en un espacio redondo, inmenso, y con grandes ventanales,
que parecía hacer las veces de salón, comedor y también cocina.
Imaginé
que la Muchachica debía vivir con
sus
padres, sus hermanos y quién sabe si también tías y abuela. Por
las dimensiones del apartamento, no me hubiera sorprendido saber que
sus padres fueran del Opus y que ella fuera miembro de una familia de
diez hermanos. En lo primero, me equivoqué. En lo segundo…
pues
no tanto.
A
la hora en que me fui, en la inmensa sala común no había nadie.
Estuve a punto de formularle a la Muchachica alguna de las mil
preguntas que habrían contribuido a aliviar mi curiosidad, pero no
pude. ¿He dicho ya que la Muchachica
era un cúmulo de energía? Pues no, era una supernova. Parecía
sufrir de hiperactividad. Y en aquel
momento lo mostraba con su verborrea. Se había puesto a hacer una
detallada enumeración de las mil actividades con las que llenaba su
tiempo, aunque yo, la verdad, pronto perdí el hilo y fui contestando
con el piloto automático. Cuando me hallé en la puerta nos
interrumpimos por la más acuciante necesidad de intercambiar
teléfonos, la promesa de volver a vernos pronto y un apasionado beso
de despedida.
Al
llegar a la calle, vi que en el papelito que me había dado, solo
estaba su número de teléfono. Me había pasado toda la noche en su
casa, habíamos follado como mínimo dos veces, y seguía sin saber
su nombre.
─¡Mecachis!
─Protesté.
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