¡Hola a todos y feliz viernes!
Nunca ha abandonado al rock español, en estos años de esplendor de la música popular, la sensación de ser el hermano pequeño de la prestigiosa y todopoderosa música anglosajona. Este complejo de inferioridad ha teñido de cierto escepticismo la mirada de los críticos y del público en general. Llegados con retraso, para variar en este país, las bandas de rock empezaron a florecer en todo su esplendor a finales de los setenta, aglomerando el sentido de una época convulsa en el estado español. Grupos como Veneno, Los Secretos, Alaska y los Dinarama, Mecano, Loquillo y los Trogloditas, y los propios Radio Futura, abanderaron una generación de músicos que superaron los complejos y forjaron la cátedra del rock y pop patrio. La interpretación de un estilo que había visto la luz a mediados de siglo, a caballo entre Estados Unidos y las islas británicas, y que había sacudido la cultura de masas hasta convertirse en uno de los productos más populares del planeta, fue toda una revelación y una declaración de intenciones para una sociedad sedienta de ídolos contemporáneos. Una clara barrera idiomática ha perjudicado la exportación de la excelente música facturada en nuestro país. Circunscritos a la fuerza y condenados a un complicado ámbito nacional, nunca se ha valorado de forma honesta y justa la música de este país. Ahora, en los tiempos de la aldea global y de las comunicaciones en su estado más radical, los referentes de los autores latinos parece romper de una vez por todas las fronteras musicales y sorprende ver el éxito de algunos artistas en el panorama mundial. El apelativo “universal” comienza desplazar al “local”, un prestigio que llega injustamente tarde para las muchas bandas y artistas que lucharon por forjar una referencia musical en la península ibérica.
Uno de los problemas más acentuados en este conflicto melódico es la actitud de las radio-fórmulas. Pocas emisoras se dedican a promocionar las nuevas creaciones de este país, acaparados los diales por las famosas cadenas de revivals poco espacio queda para las nuevas propuestas. Este cometido siempre lo ha desempeñado la cadena “Cuarenta Principales”, con un estilo y un público, en general y para lo bueno y para lo malo, que todos conocemos muy bien. También está la independiente “Radio 3”, una apuesta más arriesgada y con más carácter, pero con mucha menos repercusión que la gigantesca emisora del Grupo Prisa. Con este panorama la situación debería, tendría de, mejorar ostensiblemente, pero el estancamiento y el poco riesgo de los mass media de este país no se juegan el cuello fácilmente. Asimismo, la situación actual alimenta un circuito independiente rico y imaginativo, sin embargo resulta demasiado elitista y, esto es lo más trágico, poco aporta al criterio general y la educación artística de los ciudadanos de este país.
Radio Futura se formó como grupo en 1.979 con el empujón de Herminio Molero, pintor y músico, que buscaba una formación de rock para dar salida a sus inquietudes experimentales. Junto a él se completaba la formación con los hermanos Auserón (Luis y Santiago), Enrique Sierra y Javier Pérez Grueso. Su primer trabajo, Música Moderna (1.980), fue todo un éxito, aconteciendo un fenómeno popular en la pistas de baile con el hit “Enamorado de la música juvenil”. Después de esto, Herminio y Javier dejan la banda, el grupo añade a Solrac como miembro permanente (la discográfica le había vetado en la aparición comercial del primer LP) y con todo ello se gesta el maravilloso “La ley del desierto, la ley del mar”. Un disco con dos partes conceptualmente diferenciadas, sonidos secos en el desierto y acuosos en el mar. Temas como “Tormenta de arena”, “Hadaly” y las tremendamente conocidas “Escuela de calor” y “Semilla negra” forman parte de este disco capital en la historia de la música española. Al año siguiente editan “De un país en llamas”, otra joya que contiene “La ciudad interior”, “No tocarte” y el tema que protagoniza esta semana “la canción del viernes”: “El tonto Simón”. Una composición ácida y suburbial. La voz de Santiago Auserón se levanta a horcajadas de un ritmo que sacude con su originalidad y que arropa la letra del pobre Simón, el tonto del pueblo. Aquel personaje tan anclado en los tópicos de la España rancia y desfasada del Fino Quinta, la corrida de los domingos, la furia española y Roberto Alcázar y Pedrín. Un canción que se convertiría en todo un clásico junto a otros himnos de Radio Futura como “Annabel Lee” una adaptación de un poema de Edgar Allan Poe, “Paseo con la negra flor”, homenaje a Barcelona, y “Corazón de tiza”. Un grupo que dejó de existir en 1.990, después de actuar en las Rozas, y que escribió una de las páginas doradas de la música nacional.
29 de setembre, 2006
28 de setembre, 2006
26 de setembre, 2006
22 de setembre, 2006
La canción del viernes (28) “Block rockin’ beats” de Chemical Brothers per Peix
¡Hola a todos y feliz viernes!
Propuesta, novedad, acción, crítica, digestión y asimilación. Toda la vanguardia musical se ha fundamentado en estos seis pasos. Más allá de prejuicios e inmovilismos, la imaginación no siempre es una de los valores más respetados por el gran público. Elaborar desde la creatividad más radical es un ejercicio violento e, demasiadas veces, incomprendido, cuando más, incómodo. Por eso esta semana topamos con el Big Beat de los Chemical Brothers. Las creaciones de este dúo británico han aunado crítica y público para sorpresa de muchos. Pero de todo hay en los debates melómanos de los foros internacionales, los movimientos electrónicos de principios de los noventa han fragmentado de forma polémica el mundo de la música; famosas son las denuncias para con el festival Sónar de Barcelona. Sin ánimo de entrar al trapo en debates estériles sobre qué podemos considerar música o qué no, hay que reconocer la frescura y la revolución que han aportado a las composiciones estas tendencias, muy a menudo, desterradas por el oyente de a píe. Seguramente estudiando el fenómeno Chemical Brothers podremos interpretar las incógnitas del éxito relativo de este género musical.
Esta semana, abrimos esta sección con “Block rockin’ beats” un tema espectacular que sirvió de inicio para el magistral álbum “Dig your own hole”. Pieza de culto entre los seguidores de la banda electrónica, supuso una vuelta de tuerca más arriesgada en la aventura iniciada con “Exit planet dust”. Una canción martilleada de ritmos frenéticos y inquietantes loops de guitarras sintetizadas superpuestos en una amalgama de densos contrastes hipnóticos y a la vez perturbadores. Tejida de forma soberbia y genial, “Block rockin’ beats” irrumpió con fuerza en la primavera de 1.997 como un viaje futurista a tierras no exploradas en exceso. La crítica alababa su trabajo, el público iniciado los idolatraba, ésta poco usual paradoja sirvió de telón de fondo para un álbum que ha pasado a la historia como uno de los mejores trabajos de la década. Con la colaboración de Noel Gallagher en “Setting Sun” y la admirada “Electrobank”, Chemical Brothers redondeaba su atrevimiento convirtiéndolo en todo un clásico. Para los que sienten curiosidad, este disco es un buen inicio para abrir la caja de pandora de los bits y la“frialdad” de la programación musical. Y para los que están llenos de prejuicios, puede que no sea lo más aconsejable: no es un álbum fácil y asequible, de todas formas merece la pena el intento.
Tom Rowlands y Ed Simons son Chemical Brothers. Se conocieron a finales de los ochenta en la facultad de historia en Manchester. Una pasión compartida por las raves y el sonido que se dejaba escuchar en los clubs británicos, los alienta a dejarse llevar y comenzar una exitosa carrera como DJs en diversas discotecas londinenses. Su buen hacer y talento los lleva ha elaborar distintos remixes para artistas de renombre como Manic Street Preachers y Primal Scream. Cuando el renombre y el trabajo no cesan de picar a sus puertas, lejos de aburguesarse en este mundillo de pasta fácil, superan su talento interpretativo para atreverse con sus propias composiciones, el sello discográfico Junior Boy’s own les da su primera oportunidad y así nace “Exit planet dust” una ópera prima formidable y el punto de inicio para el influyente Big Beat. Pegan fuerte en Europa, tan fuerte que sus cuentas corrientes se ven infladas a, la nada desdeñable, razón de un millón de copias vendidas en las tiendas de discos del viejo continente. A partir de ahí ya no hay quién los pare, siguen con el ya comentado “Dig your own hole”, influyen de forma radical en el discurso vanguardista musical y son respetados por todo el panorama musical. Su paso por los festivales de todo el mundo es un éxito sonado y merecido; su directo es pura dinamita, desmienten las falsedades sobre la electrónica y las actuaciones en vivo y convierten en catarsis creativas cada sesión. Después, en 1.999, llega “Surrender”, descargando la artillería pesada con “Hey boys hey girls”, y más tarde el comprometido “Push the buttom”, donde, influenciados por el clima de protesta a la guerra de Irak, impactan con la mestiza “Galvanize”. Junto a Orbital, The Prodigy, Daft Punk y otros, forman parte de una generación underground que abanderó un movimiento que, si bien les cuesta cada vez más sorprender a la audiencia, marcó un punto y aparte en la música del siglo pasado.
Propuesta, novedad, acción, crítica, digestión y asimilación. Toda la vanguardia musical se ha fundamentado en estos seis pasos. Más allá de prejuicios e inmovilismos, la imaginación no siempre es una de los valores más respetados por el gran público. Elaborar desde la creatividad más radical es un ejercicio violento e, demasiadas veces, incomprendido, cuando más, incómodo. Por eso esta semana topamos con el Big Beat de los Chemical Brothers. Las creaciones de este dúo británico han aunado crítica y público para sorpresa de muchos. Pero de todo hay en los debates melómanos de los foros internacionales, los movimientos electrónicos de principios de los noventa han fragmentado de forma polémica el mundo de la música; famosas son las denuncias para con el festival Sónar de Barcelona. Sin ánimo de entrar al trapo en debates estériles sobre qué podemos considerar música o qué no, hay que reconocer la frescura y la revolución que han aportado a las composiciones estas tendencias, muy a menudo, desterradas por el oyente de a píe. Seguramente estudiando el fenómeno Chemical Brothers podremos interpretar las incógnitas del éxito relativo de este género musical.
Esta semana, abrimos esta sección con “Block rockin’ beats” un tema espectacular que sirvió de inicio para el magistral álbum “Dig your own hole”. Pieza de culto entre los seguidores de la banda electrónica, supuso una vuelta de tuerca más arriesgada en la aventura iniciada con “Exit planet dust”. Una canción martilleada de ritmos frenéticos y inquietantes loops de guitarras sintetizadas superpuestos en una amalgama de densos contrastes hipnóticos y a la vez perturbadores. Tejida de forma soberbia y genial, “Block rockin’ beats” irrumpió con fuerza en la primavera de 1.997 como un viaje futurista a tierras no exploradas en exceso. La crítica alababa su trabajo, el público iniciado los idolatraba, ésta poco usual paradoja sirvió de telón de fondo para un álbum que ha pasado a la historia como uno de los mejores trabajos de la década. Con la colaboración de Noel Gallagher en “Setting Sun” y la admirada “Electrobank”, Chemical Brothers redondeaba su atrevimiento convirtiéndolo en todo un clásico. Para los que sienten curiosidad, este disco es un buen inicio para abrir la caja de pandora de los bits y la“frialdad” de la programación musical. Y para los que están llenos de prejuicios, puede que no sea lo más aconsejable: no es un álbum fácil y asequible, de todas formas merece la pena el intento.
Tom Rowlands y Ed Simons son Chemical Brothers. Se conocieron a finales de los ochenta en la facultad de historia en Manchester. Una pasión compartida por las raves y el sonido que se dejaba escuchar en los clubs británicos, los alienta a dejarse llevar y comenzar una exitosa carrera como DJs en diversas discotecas londinenses. Su buen hacer y talento los lleva ha elaborar distintos remixes para artistas de renombre como Manic Street Preachers y Primal Scream. Cuando el renombre y el trabajo no cesan de picar a sus puertas, lejos de aburguesarse en este mundillo de pasta fácil, superan su talento interpretativo para atreverse con sus propias composiciones, el sello discográfico Junior Boy’s own les da su primera oportunidad y así nace “Exit planet dust” una ópera prima formidable y el punto de inicio para el influyente Big Beat. Pegan fuerte en Europa, tan fuerte que sus cuentas corrientes se ven infladas a, la nada desdeñable, razón de un millón de copias vendidas en las tiendas de discos del viejo continente. A partir de ahí ya no hay quién los pare, siguen con el ya comentado “Dig your own hole”, influyen de forma radical en el discurso vanguardista musical y son respetados por todo el panorama musical. Su paso por los festivales de todo el mundo es un éxito sonado y merecido; su directo es pura dinamita, desmienten las falsedades sobre la electrónica y las actuaciones en vivo y convierten en catarsis creativas cada sesión. Después, en 1.999, llega “Surrender”, descargando la artillería pesada con “Hey boys hey girls”, y más tarde el comprometido “Push the buttom”, donde, influenciados por el clima de protesta a la guerra de Irak, impactan con la mestiza “Galvanize”. Junto a Orbital, The Prodigy, Daft Punk y otros, forman parte de una generación underground que abanderó un movimiento que, si bien les cuesta cada vez más sorprender a la audiencia, marcó un punto y aparte en la música del siglo pasado.
21 de setembre, 2006
19 de setembre, 2006
18 de setembre, 2006
16 de setembre, 2006
15 de setembre, 2006
La canción del viernes (27) “Oh, lady, be good” de Ella Fitzgerald per Peix
¡Hola a todos y feliz viernes!
Ella Fitzgerald, la gran dama del jazz, una leyenda colosal que poseía la eternidad de una voz que rasgó las emociones de múltiples generaciones y enamoró las audiencias de todo el planeta. Con una clase y un estilo inconfundibles, los temas que interpretaba Ella vestían con majestuosidad la atmósfera de los locales de jazz americanos tan llenos de humo y talento, pasó a la historia por poner sus destelleantes atributos vocales a algunos de los mejores maestros del jazz, como Cole Porter, Louis Armstrong, Duke Ellington, George Gershwin, y muchos más. La particularidad de una voz inigualable, rica en texturas y complejidades, que elaboraba una telaraña espiritual provista de un magnetismo que atrapa las almas sedientas de riquezas milagrosas, de magia almacenada en estanterías de pentagramas bellos como poemas, livianos como la ceniza que vuela desde la mesa.
No puedo dejar de pensar en los triunfitos, anhelantes y deseosos de la fama inmediata, aún a riesgo de ser efímera, intentando aprender a interpretar, cantar y a hacer la pantomima que exige el totalitarismo de la audiencia, no puedo dejar de pensar en ellos y compadecerlos por no admirar a Ella, por no sentirla y apreciarla con el respeto que se le merece. Con Ella, un baile de los amantes no pierde sentido, no sucumbe ante lo cursi y desfasado. Al contrario, lo necesita y lo inmortaliza. La luz tenue, un piano acompasándose con un contrabajo y una batería, un cuerpo que acariciar, el denso humo de un cigarrillo que se consume entre los dedos y su voz: un lamento que sube por el costado erizando los poros de una piel saturada para encumbrarse, entre escalofríos, en un corazón deseoso de correr. Pero Ella Fitzgerald es mucho más, mucho más. Sensibilidad, entereza, sugerencias traviesas que desconciertan y hipnotizan, una banda sonora para un cuarto a media luz, con un vinilo sonando, una copa de vino y una conversación a medio gas, como suspendida al borde de la inmensidad, deseando que nunca tenga final, que no aparezca la aurora de las traiciones y las reiteraciones. Una eternidad pactada con la diosa, un pasaje para lugares oscuros y decadentes. Sucumben ante el arte, el sentimiento y la trampa de Ella, los buscadores de tesoros, los anhelantes y deseosos de refugios escondidos y olvidados. Una piel que se retuerce, se enfría y se calienta con sus susurros, con una luz inesperada que jamás se olvidará.
Ella Fitzgerald nació un 25 de abril de 1.917 en Newport News. Con una infancia dura, reunía todos los ingredientes para perderse en la noche de los tiempos: pobre, mujer y negra, pasó de los reformatorios a ganar el concurso “Amateur night shows” en 1.934. Eso le dio el pasaporte necesario para entrar a formar parte de la orquesta de Chick Webb. Los años pasan y Webb fallece, esto le obliga ha hacerse cargo de la orquesta hasta que la extenuación puede con ella y acaba por disolver la banda. Entonces da inicio su flamante y recordada carrera en solitario y, por supuesto, el camino del éxito y los reconocimientos. Colabora con Norman Granz (creador del legendario sello discográfico “Verve”) y hace giras con Dizzy Gillispie, con el cual introduce el famoso “scat” (sonidos provocados por la voz que emulan instrumentos de viento) en sus canciones, como es el caso del tema de hoy, el clásico “Oh, lady, be good” y de otras joyas de la artista norteamericana como “How high the moon” o “Flying home”. Otros éxitos siguieron: “Mack the knife”, “Lady is a tramp”, “Summertime”, “I’m beginning to see the light”, etc. Con Verve editó los famosos Song Books, interpretando las composiciones de los grandes autores de la época dorada del jazz. Ella murió hace diez años en Beverly Hills , postrada en una silla de ruedas y ciega a causa de la diabetes. Aniquilada por la consumición lenta y despiadada de una enfermedad que la dejó inactiva durante los últimos años, se dejó ir un quince de junio para consternación de muchos amigos, compañeros de profesión y el lamento de miles de artistas a los cuales influenció y alimentó con su talento estremecedor.
Ella Fitzgerald, la gran dama del jazz, una leyenda colosal que poseía la eternidad de una voz que rasgó las emociones de múltiples generaciones y enamoró las audiencias de todo el planeta. Con una clase y un estilo inconfundibles, los temas que interpretaba Ella vestían con majestuosidad la atmósfera de los locales de jazz americanos tan llenos de humo y talento, pasó a la historia por poner sus destelleantes atributos vocales a algunos de los mejores maestros del jazz, como Cole Porter, Louis Armstrong, Duke Ellington, George Gershwin, y muchos más. La particularidad de una voz inigualable, rica en texturas y complejidades, que elaboraba una telaraña espiritual provista de un magnetismo que atrapa las almas sedientas de riquezas milagrosas, de magia almacenada en estanterías de pentagramas bellos como poemas, livianos como la ceniza que vuela desde la mesa.
No puedo dejar de pensar en los triunfitos, anhelantes y deseosos de la fama inmediata, aún a riesgo de ser efímera, intentando aprender a interpretar, cantar y a hacer la pantomima que exige el totalitarismo de la audiencia, no puedo dejar de pensar en ellos y compadecerlos por no admirar a Ella, por no sentirla y apreciarla con el respeto que se le merece. Con Ella, un baile de los amantes no pierde sentido, no sucumbe ante lo cursi y desfasado. Al contrario, lo necesita y lo inmortaliza. La luz tenue, un piano acompasándose con un contrabajo y una batería, un cuerpo que acariciar, el denso humo de un cigarrillo que se consume entre los dedos y su voz: un lamento que sube por el costado erizando los poros de una piel saturada para encumbrarse, entre escalofríos, en un corazón deseoso de correr. Pero Ella Fitzgerald es mucho más, mucho más. Sensibilidad, entereza, sugerencias traviesas que desconciertan y hipnotizan, una banda sonora para un cuarto a media luz, con un vinilo sonando, una copa de vino y una conversación a medio gas, como suspendida al borde de la inmensidad, deseando que nunca tenga final, que no aparezca la aurora de las traiciones y las reiteraciones. Una eternidad pactada con la diosa, un pasaje para lugares oscuros y decadentes. Sucumben ante el arte, el sentimiento y la trampa de Ella, los buscadores de tesoros, los anhelantes y deseosos de refugios escondidos y olvidados. Una piel que se retuerce, se enfría y se calienta con sus susurros, con una luz inesperada que jamás se olvidará.
Ella Fitzgerald nació un 25 de abril de 1.917 en Newport News. Con una infancia dura, reunía todos los ingredientes para perderse en la noche de los tiempos: pobre, mujer y negra, pasó de los reformatorios a ganar el concurso “Amateur night shows” en 1.934. Eso le dio el pasaporte necesario para entrar a formar parte de la orquesta de Chick Webb. Los años pasan y Webb fallece, esto le obliga ha hacerse cargo de la orquesta hasta que la extenuación puede con ella y acaba por disolver la banda. Entonces da inicio su flamante y recordada carrera en solitario y, por supuesto, el camino del éxito y los reconocimientos. Colabora con Norman Granz (creador del legendario sello discográfico “Verve”) y hace giras con Dizzy Gillispie, con el cual introduce el famoso “scat” (sonidos provocados por la voz que emulan instrumentos de viento) en sus canciones, como es el caso del tema de hoy, el clásico “Oh, lady, be good” y de otras joyas de la artista norteamericana como “How high the moon” o “Flying home”. Otros éxitos siguieron: “Mack the knife”, “Lady is a tramp”, “Summertime”, “I’m beginning to see the light”, etc. Con Verve editó los famosos Song Books, interpretando las composiciones de los grandes autores de la época dorada del jazz. Ella murió hace diez años en Beverly Hills , postrada en una silla de ruedas y ciega a causa de la diabetes. Aniquilada por la consumición lenta y despiadada de una enfermedad que la dejó inactiva durante los últimos años, se dejó ir un quince de junio para consternación de muchos amigos, compañeros de profesión y el lamento de miles de artistas a los cuales influenció y alimentó con su talento estremecedor.
14 de setembre, 2006
13 de setembre, 2006
08 de setembre, 2006
La canción del viernes (26) “Where is my mind” de Pixies per Peix
¡Hola a todos y feliz viernes!
Si la semana pasada hablábamos de los inicios del Rock’n’Roll, puro, esencial y emblemático, hoy nos dedicamos a una de las variantes que desencadenó todo un movimiento musical a finales de los ochenta y principios de los noventa. Mientras algunos osados proclamaban la muerte del rock, otros sacaban adelante la enésima metamorfosis de un estilo destinado a reinventarse y sucumbir entre los diferentes movimientos que atestan las estanterías de las tiendas de discos. Este cambio del que hablamos, que se denominó “grunge”, sirvió como banda sonora de la generación X y fue una de las reformulaciones más interesantes en ese periodo tan bañado en mediocres mutaciones de la música disco.
Ríos de tinta se han escrito sobre este concepto. Que si Nirvana para aquí (toda la parafernalia sobre el suicidio de Cobain, un mediatismo exasperado y lamentable, es basura y poco favor le ha hecho al grupo, a parte, claro está, de quintuplicar las ventas de sus discos) , que si Pearl Jam para allá, Alice in chains, Soundgarden... hay donde escoger. Pero desde esta sección escogemos el germen de dicha generación: Los Pixies. Esta influyente banda de Boston, sorprendió a todo el mundo con “Come on Pilgrim” en 1.987. Llenos de ideas innovadoras, unas guitarras distorsionadas, unas letras depresivas; surrealistas y geniales, llegaron a ser un grupo de culto. Luego editaron los magníficos “Surfer Rosa”, “Doolittle” y “Bossanova”
Black Francis y Kim Deal, lideraron junto a Joey Santiago y David Lovering, una apuesta de la que ellos no llegaron a vivir los días de vino y rosas: se separaron en 1.993 por las continuas disputas de ego entre Black y Kim, hasta que el primero comunicó vía fax al resto de la banda que habían pasado a mejor vida. Para la historia quedan canciones como “Levitate me”, “Here comes your man”, “Debaser”, “Gigantic”, “Bone Machine” y la canción de hoy “Where is my mind” (composición que algunos conoceréis por que fue incluida en la banda sonora original del film de David Fincher, “El Club de la Lucha”). Sus discos han sido la cabecera y los destinos de peregrinación del indie y de las decenas de revistas de tendencias que arropan el arrogante movimiento. Despreciados por las grandes canales de difusión masiva (MTV, radiofórmulas, etc...), su merecido reconocimiento llegó en los noventa donde dejaron de ser un grupo para fanáticos melómanos para pasar a ser una de las muchos bandas con millones de fans en todo el mundo. Tanta llegó a ser la devoción, que la banda se reagrupó en el 2.004 para hacer una gira y sacar un, siempre oxigenante y lucrativo, álbum recopilatorio.
Con Pixies se estiliza y se introduce de forma magistral el “noise” en las canciones de rock. Se alimenta esa máxima de la música con duende, con esencia, arriesgada y imaginativa en contra del virtuosismo. Es la religión de los ambientes alternativos, la piedra de toque de la música indie. Un corazón que, pese a la pantomima que hay montada alrededor suyo, sigue bombeado tantas propuestas nuevas y interesantes, al margen de la dictadura de la industria, al margen de convencionalismos.
Si la semana pasada hablábamos de los inicios del Rock’n’Roll, puro, esencial y emblemático, hoy nos dedicamos a una de las variantes que desencadenó todo un movimiento musical a finales de los ochenta y principios de los noventa. Mientras algunos osados proclamaban la muerte del rock, otros sacaban adelante la enésima metamorfosis de un estilo destinado a reinventarse y sucumbir entre los diferentes movimientos que atestan las estanterías de las tiendas de discos. Este cambio del que hablamos, que se denominó “grunge”, sirvió como banda sonora de la generación X y fue una de las reformulaciones más interesantes en ese periodo tan bañado en mediocres mutaciones de la música disco.
Ríos de tinta se han escrito sobre este concepto. Que si Nirvana para aquí (toda la parafernalia sobre el suicidio de Cobain, un mediatismo exasperado y lamentable, es basura y poco favor le ha hecho al grupo, a parte, claro está, de quintuplicar las ventas de sus discos) , que si Pearl Jam para allá, Alice in chains, Soundgarden... hay donde escoger. Pero desde esta sección escogemos el germen de dicha generación: Los Pixies. Esta influyente banda de Boston, sorprendió a todo el mundo con “Come on Pilgrim” en 1.987. Llenos de ideas innovadoras, unas guitarras distorsionadas, unas letras depresivas; surrealistas y geniales, llegaron a ser un grupo de culto. Luego editaron los magníficos “Surfer Rosa”, “Doolittle” y “Bossanova”
Black Francis y Kim Deal, lideraron junto a Joey Santiago y David Lovering, una apuesta de la que ellos no llegaron a vivir los días de vino y rosas: se separaron en 1.993 por las continuas disputas de ego entre Black y Kim, hasta que el primero comunicó vía fax al resto de la banda que habían pasado a mejor vida. Para la historia quedan canciones como “Levitate me”, “Here comes your man”, “Debaser”, “Gigantic”, “Bone Machine” y la canción de hoy “Where is my mind” (composición que algunos conoceréis por que fue incluida en la banda sonora original del film de David Fincher, “El Club de la Lucha”). Sus discos han sido la cabecera y los destinos de peregrinación del indie y de las decenas de revistas de tendencias que arropan el arrogante movimiento. Despreciados por las grandes canales de difusión masiva (MTV, radiofórmulas, etc...), su merecido reconocimiento llegó en los noventa donde dejaron de ser un grupo para fanáticos melómanos para pasar a ser una de las muchos bandas con millones de fans en todo el mundo. Tanta llegó a ser la devoción, que la banda se reagrupó en el 2.004 para hacer una gira y sacar un, siempre oxigenante y lucrativo, álbum recopilatorio.
Con Pixies se estiliza y se introduce de forma magistral el “noise” en las canciones de rock. Se alimenta esa máxima de la música con duende, con esencia, arriesgada y imaginativa en contra del virtuosismo. Es la religión de los ambientes alternativos, la piedra de toque de la música indie. Un corazón que, pese a la pantomima que hay montada alrededor suyo, sigue bombeado tantas propuestas nuevas y interesantes, al margen de la dictadura de la industria, al margen de convencionalismos.
07 de setembre, 2006
05 de setembre, 2006
04 de setembre, 2006
02 de setembre, 2006
01 de setembre, 2006
La canción del viernes (25) “Maybellene” de Chuck Berry per Peix
¡Hola a todos y feliz viernes!
Volvemos a la carga en “La Universal” con esta sección después de 3 meses de parón. Sin ninguna excusa por mi parte y, por supuesto, sin ningún tipo de remordimiento, hoy para volver a las andadas saquearemos el baúl de los recuerdos. En el jurásico inferior, allá donde el bebop, el country y el blues domesticaban paladares a su antojo, nada se sabía aún del rock and roll. ¡Y como es la historia! A posteriori, un chaval nacido en Tupelo, fue aclamado, con todos los honores, como el rey del rock. Efectivamente, Elvis, con su movimiento de caderas y su aura de niño rebelde, pasaría a ocupar los asientos de la business class del imaginario colectivo. Pero nada de esto hubiera pasado sin la imprescindible aportación del bueno de Chuck Berry, del GRAN Chuck Berry.
De pasado modesto y controvertido (estuvo en el reformatorio por robo con allanamiento de morada, ¡Menudo era Chuck!) pasó de la cadena de montaje de la General Motors a los bares musicales de St.Louis, donde le esperaba la “Sir John’s Trio”, un combo que competía en audiencias (siempre la misma mierda) con la banda de otro gran músico: Ike Turner (no se puede apelar al mismo adjetivo para definir su persona, si no pregúntenle a Tina Turner, su esposa durante un tiempo). Con el tiempo Berry se hizo un nombre en la ciudad, gracias a su espléndida mezcla de country y rhythm and blues, y se animó a hacer amigos. El más destacable fue Muddy Waters, una de las más grandes leyendas del blues. De su mano llegó a “Chess Records” y de allá al estrellato. Su primera canción, el tema que nos ocupa este viernes de septiembre, fue la maravillosa “Maybellene”. Con ella nació el Rock and Roll. Si queridos lectores, ése fue el pistoletazo de salida para la marabunda de cantantes, grupos, referencias, ídolos, inadaptados y otros hitos de la cultura contemporánea. Chaquetas de cuero, motocicletas oxidadas, tupés rebeldillos, botas de punteras estratosféricas, la famosa expresión “sexo drogas y rock’n’roll” y todo un universo alternativo, que tanto ha influenciada a occidente, florecieron por todos partes. The Beatles, The Rolling Stones, The Doors, The Beach Boys, Jimi Hendrix serían huérfanos de padre si no fuera por este esquelético y imprevisible guitarrista americano.
Más tarde llegaría la mastodóntica “Johnny B Goode”, “Sweet little sixteen”, “Rock and Roll Music”, “Roll over Beethoven” y muchas más que ensancharían la leyenda de Chuck. Para su gloria y el conocimiento de todos, ha influenciado a medio mundo de la música hasta la devoción. Famosa es la historia con Keith Richards, cuando le conoció y tocaron en directo por sorpresa en un escenario, aun hoy están recogiendo las babas del guitarrista de los Stones. Más tarde, todo hay que decirlo, llegaron a las manos en el camerino de un antro de mala muerte. Por que así es Chuck amigos, se empeña en borrar de la historia sus magistrales contribuciones a golpe de altercados barriobajeros y de incomprensibles relaciones con las autoridades. Con el tiempo llegarían tiempos de presidio: una condena de cinco años a causa de prostituir a menores de edad y, ya en los ochenta, una acusación de voyeurismo en los lavabos de señoras de su restaurante. Siempre hostil y impulsivo, su comportamiento no oculta su talento y su estela, que ha dejado destellos inolvidables y un legado importantísimo. Y aún a día de hoy, sigue tocando en directo allá donde le lleva su Gibson, sabiendo que cualquier banda sabrá tocar parte de su repertorio y el podrá hacer el famoso y ridículo baile del pato que popularizó en los años cincuenta. En fin, genio y figura.
Volvemos a la carga en “La Universal” con esta sección después de 3 meses de parón. Sin ninguna excusa por mi parte y, por supuesto, sin ningún tipo de remordimiento, hoy para volver a las andadas saquearemos el baúl de los recuerdos. En el jurásico inferior, allá donde el bebop, el country y el blues domesticaban paladares a su antojo, nada se sabía aún del rock and roll. ¡Y como es la historia! A posteriori, un chaval nacido en Tupelo, fue aclamado, con todos los honores, como el rey del rock. Efectivamente, Elvis, con su movimiento de caderas y su aura de niño rebelde, pasaría a ocupar los asientos de la business class del imaginario colectivo. Pero nada de esto hubiera pasado sin la imprescindible aportación del bueno de Chuck Berry, del GRAN Chuck Berry.
De pasado modesto y controvertido (estuvo en el reformatorio por robo con allanamiento de morada, ¡Menudo era Chuck!) pasó de la cadena de montaje de la General Motors a los bares musicales de St.Louis, donde le esperaba la “Sir John’s Trio”, un combo que competía en audiencias (siempre la misma mierda) con la banda de otro gran músico: Ike Turner (no se puede apelar al mismo adjetivo para definir su persona, si no pregúntenle a Tina Turner, su esposa durante un tiempo). Con el tiempo Berry se hizo un nombre en la ciudad, gracias a su espléndida mezcla de country y rhythm and blues, y se animó a hacer amigos. El más destacable fue Muddy Waters, una de las más grandes leyendas del blues. De su mano llegó a “Chess Records” y de allá al estrellato. Su primera canción, el tema que nos ocupa este viernes de septiembre, fue la maravillosa “Maybellene”. Con ella nació el Rock and Roll. Si queridos lectores, ése fue el pistoletazo de salida para la marabunda de cantantes, grupos, referencias, ídolos, inadaptados y otros hitos de la cultura contemporánea. Chaquetas de cuero, motocicletas oxidadas, tupés rebeldillos, botas de punteras estratosféricas, la famosa expresión “sexo drogas y rock’n’roll” y todo un universo alternativo, que tanto ha influenciada a occidente, florecieron por todos partes. The Beatles, The Rolling Stones, The Doors, The Beach Boys, Jimi Hendrix serían huérfanos de padre si no fuera por este esquelético y imprevisible guitarrista americano.
Más tarde llegaría la mastodóntica “Johnny B Goode”, “Sweet little sixteen”, “Rock and Roll Music”, “Roll over Beethoven” y muchas más que ensancharían la leyenda de Chuck. Para su gloria y el conocimiento de todos, ha influenciado a medio mundo de la música hasta la devoción. Famosa es la historia con Keith Richards, cuando le conoció y tocaron en directo por sorpresa en un escenario, aun hoy están recogiendo las babas del guitarrista de los Stones. Más tarde, todo hay que decirlo, llegaron a las manos en el camerino de un antro de mala muerte. Por que así es Chuck amigos, se empeña en borrar de la historia sus magistrales contribuciones a golpe de altercados barriobajeros y de incomprensibles relaciones con las autoridades. Con el tiempo llegarían tiempos de presidio: una condena de cinco años a causa de prostituir a menores de edad y, ya en los ochenta, una acusación de voyeurismo en los lavabos de señoras de su restaurante. Siempre hostil y impulsivo, su comportamiento no oculta su talento y su estela, que ha dejado destellos inolvidables y un legado importantísimo. Y aún a día de hoy, sigue tocando en directo allá donde le lleva su Gibson, sabiendo que cualquier banda sabrá tocar parte de su repertorio y el podrá hacer el famoso y ridículo baile del pato que popularizó en los años cincuenta. En fin, genio y figura.
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