Octava: policías. Las más diversas razones suelen llevar a los
agentes de “la ley” a tocar las pelotas al sufrido viajero. Igual
les molesta que lleves un pasaporte que no te pertenece, como les da
por registrarte la maleta y confiscarte esa marihuana de primera que
tanto te costó, o te impiden cruzar el arco de seguridad llevando
tu inocente machete, tu magnum o el Kalashnikov.
En ocasiones se pondrán algo menos quisquillosos si aflojas la
mosca, aunque yo, la verdad, prefiero cogerlos por el pescuezo y
meterlos dentro del aparato de rayos X, que como todo el mundo sabe,
son radiactivos y te fríen el cerebro. Si lo haces con rapidez y
disimulo, podrás pasar el control de seguridad sin que nadie se de
cuenta.
Novena: accidentes. Amigos, los desastres aéreos, terrestres y
marítimos ocurren. Es una gran verdad. Así que cuando alguien
intente convenceros de que no tenéis nada que temer al subir a un
vehículo, desconfiad: en realidad no os quiere, y espera que os
muráis para quedarse con la herencia.
Yo de vosotros cogería a ese alguien, lo ataría y amordazaría, lo
metería en un saco y lo tiraría en la cuneta. Algún sopapo extra
nunca está de más.
La cuestión no es si va a producirse un accidente, sino cuando. Las
leyes de la probabilidad y la estadística están ahí para usarlas.
Si se conoce que un 0.001% de los vuelos se estrellan, entonces procurad
estar dentro del 99.999% restante.
Cada vez que se produce un accidente, el contador de probabilidades
vuelve a ponerse a 0. ¡Si coges el avión al día siguiente en que
otro se la pegó, las probabilidades de que le pase algo a tu aparato
serán casi nulas!
Entonces, todo se
reduce a saber cuando se la va a pegar un avión, ¿no? Bueno, pues
te daré una pista: no hay que esperar. Si no quieres sufrir un
accidente, provoca uno tu mismo el día anterior.
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