Entrada 56
Hoy, que ya llegábamos a Santiago (la ciudad), hemos encontrado un bastón de caminante ahí, abandonado en el margen ¿Quien puede haberlo dejado? Después de pensarlo un rato, solo he podido encontrar una razón lógica: ¡Es el bastón del mismísimo Santiago (el apostol)! Ojo, que no digo que hayamos sido testigos de un milagro tipo: “de-repente-el-santo-hace-aparecer-el-bastón-como-recompensa-ante-nuestro-esfuerzo-caminante”, no. Más bien creo que debió dejárselo ahí, y comenzaron a pasar los días, los meses, los años... y finalmente los siglos. La verdad es que para tener cerca de 2000 años es un bastón que se conserva bastante bien. No va mal. Tras tantos días caminando, está bien tener un apoyo que permita aliviar un tanto las rodillas.
Después he pensado, calla, que igual ni siquiera era de Santiago (el apóstol). Quizá a Santiago (el apóstol) se lo dio un colega: “Mira, tío: si vas a caminar mucho, lleva éste palo. Es un recuerdo de familia”. Espera... ¿El colega del apóstol? ¿Recuerdo de família? A ver si no va a ser...
Pues si. Lo era. Por fin, al entrar a la entrada de Santiago (la ciudad), una guardia de carros blindados y soldados con aspecto de muy mala leche nos han dado el alto.
“¿Eres Jack Murphy?” me ha preguntado el cabecilla. Y yo, no
poco orgulloso de que mi fama me preceda, he respondido: “¡por
supuesto
!”.
Y como 50 cañones de subfusiles y una cantidad igual de cañones de tanque han apuntado hacia mi nariz, a la voz de “¡Arriba las manos!”.
Y yo, obediente, he levantado las manos. Y en una de ellas llevaba el bastón. De repente, todos los enemigos, tanques incluidos, se han alzado por los aires. ¡El bastón de la familia del colega de Santiago (el apóstol) mola cantidad!
Hemos entrado en Santiago (la ciudad) caminando tan panchos entre los militares que levitaban.