Entrada 51.
Por la tarde hemos salido a pasear. Hay que reconocer que una vez ya te has habituado a ver formosas jovencitas remojándose, contorneándose y comiéndose la boca ocasionalmente, Lavacoches es un lugar de lo más anodino. Tras pasar parte de la tarde en un bar, hemos estado paseando por los alrededores, disfrutando del sol ya bajo.
De repente, un perrazo ha surgido en lo alto de una valla elevada y ha empezado a ladrar cogiéndonos por sorpresa. No me gusta que me cojan por sorpresa, de manera que he rodado por el suelo mientras desenfundaba mi U-ZI, y acto seguido he empezado a disparar. No he parado hasta vaciar tres cargadores. Sin embargo el perro ha esquivado todas las balas. Un verdadero profesional digno de papel propio en Matrix.
Extrañamente, al perro no le ha dado por saltar la valla, que le quedaba más bien baja, lo cual no hacía de sus ladridos más que amenazas vacías. Nos hemos alejado con sus ladridos perdiendo fuerza detrás nuestro.
Tenía que haber sospechado su próximo movimiento. Efectivamente. El perrazo ha aprovechado para saltar en cuanto le hemos dado la espalda y, simulando un ladrido cada vez más lejano, nos ha atacado por la espalda, consiguiendo nuevamente el factor sorpresa. Me ha cogido por un pie. He oido mis huesos astillarse. Seguro que me lo tendrán que amputar. Otra vez.
He visto que contra el perro profesional no valdría la pena luchar cara a cara. He lanzado una bomba de humo. Hemos aprovechado la confusión para huir. Ella, por pies. Yo, por pie y muñón.
Justo antes de la aparición del perro profesional, habíamos estado observando la gran cantidad de perros, perritos y perrotes que tienen en las propiedades. La mayor parte de ellos te ladran. Otros, lo único que hacen es mirarte al pasar (a éstos últimos seguro que les han hecho fijos). Me pregunto porqué los dueños de los perros mantienen en éste lugar a tantas y tan ruidosas mascotas. Y entonces todo se ha hecho claro como el agua: cuando de repente, de cada una de las casas de los alrededores se han abierto las puertas y, uno tras otro, todos los perros de la zona han salido sin dejar de ladrar y han formado una jauría que ha formado, amenazadora, delante nuestro.
Ya está. Ya lo se. Los dueños de los perros ODIAN a los peregrinos. Llegada cierta hora sueltan los animales para que acaben con todos aquellos que aún no se han retirado a sus albergues. Y ahora nos tocaba a nosotros. Perros de todos los tamaños, razas y colores formaban una densa barrera ante nosotros. Todos mostraban los colmillos, gruñendo con cara de pocos amigos, los ojos inyectados en sangre, fijos en nosotros. ¿Cuantos había en total? Imposible saberlo. Entre 150 y 300, según la guardia urbana. Si me preguntais a mi, diría que habían 5000.
Cualquiera habría dicho que dos inocentes ex-miembros de varios cuerpos secretos, curtidos en 100 guerras, no tendríamos nada que hacer ante semejante reunión de colmillos salvajes...
Pues tendrían razón.
Los perros nos han estado persiguiendo durante un par de kilometros. Luego nos han interceptado, se ha formado la típica nube de humo que oculta un confuso tumulto en cualquier cómic o dibujo animado que se precie. Hemos peleado contra los canes como posesos.
Pos eso: que nos han destrozado, se han comido nuestras entrañas, han roído nuestros huesos y se han peío después, los muy guarros. Nos espera un futuro de abonar los árboles del pueblo. Bueno éste solo puede ser el fin del diario.