Dia 28
Entrada 50.
Me sorprenden constantemente los topónimos locales. El otro día pasamos, durante una misma etapa por pueblos como “LAMEIROS”. Claro, desprevenidos como estábamos, nos tomamos el cartel a la entrada del pueblo como una voz imperativa en gallego, de manera que nos desnudamos ambos y empezamos a lamernos todo el cuerpo, no fuera a mosquearse el personal. Yo, con las costumbres locales, todo el respeto del mundo, oiga. Después, con sus vidas, ya hablaremos.
Algo más tarde llegamos al siguiente, “LIGONDE”, cuyo nombre ya te da una idea del talante de sus habitantes. Tan solo me quedaba una incógnita: ¿ligón de qué? ¿De playa? ¿De piscina? ¿De pueblo? ¿De feria? La verdad es que el suspense no me dejaba vivir. Y siempre que eso me ocurre, tengo que incendiar algo. Ya no busquéis LIGONDE en el mapa. Ahora solo encontrareis restos carbonizados.
Al poco hemos entrado en otro pueblo: un bonito lugar donde las peregrinas del camino se quitan la ropa para dejarse chupetear por el viajero masculino, como bien se indica en el letrero de la entrada: “LAMELAS”.
Lástima de estar viajando con la parienta. A la que mi obediente lengua ha salido de la boca, una patada voladora que tumbaría un elefante ha surgido de la nada, proyectándome 5m en lo alto. A continuación, a las chicas lamibles les ha venido un hostión de mano abierta (en circunstancias especiales, a mi señora se le dilata la mano como al doble o triple de su tamaño habitual) que las ha vuelto del revés.
Tras un improvisado vendaje para conservar juntas las cuatro partes de mi segmentado cráneo, atravesamos por fin “CASANOVA”: un pueblecillo parecido a LIGONDE, pero con un personal algo más maduro y sofisticado. Aunque claro, tienen un problemilla: la malsana tendencia a levantar parientas ajenas. Cuando en la plaza del pueblo lo han intentado con la mía, ha llegado de repente un extraño fenómeno atmosférico que sólo ocurre en su presencia: el “tornado de sopapo cuántico”. A 15 Km mas adelante todavía íbamos viendo lugareños de CASANOVA, colgando inconscientes de un alcornoque.
En cuanto al pueblo donde hemos entrado hoy, última etapa de nuestro tránsito hasta Santiago, tenía un nombre que sonaba algo así como “LAVACOCHES”.
La curiosidad de ésta exquisita población rural, es que sus habitantes son chicas de entre 17 y 23 años, sin más ropa que un escueto bikini, a las que les gusta juntarse en grupitos de hasta 4 para lanzarse sobre los vehículos aparcados y dejarlos como los chorros del oro tras horas de intensa frotación, remojo y enjabonamiento tanto del coche como de sí mismas, y que tienen cierto hábito de usar su propio cuerpo como esponja.
De adolescente sabía que un lugar así tenía que existir. Y ahora que estoy casado, mi mujer me dice que no, que no existe. O que si existe, está tan solo en mi imaginación. ¡Ay...! Mi imaginación es un bello lugar.