Entrada
33.
Lo sabía. Nos estaban esperando. Nada más entrar en O’Cebreiro, un
comando de marines han salido rapelando de detrás de las Pellozas y nos
han atacado con subfusiles M-30 y granadas de fragmentación. Los
helicopteros les daban coberura aérea, lanzando misiles a cascoporro.
Nos hemos refugiado en una cabina de teléfonos que ni siquiera devuelve
el cambio. Nuestra situación es desesperada.
Desesperada, si. Admito que
puede que esta situación nos supere. Me despediría de mis seres
queridos. Pero ya no los hay. Todos me traicionaron, y les metí tal
cantidad de plomo que no conseguirían levantarse ni aunque resucitaran y
consiguieran quitarse de encima los dos metros de tierra que les
cubren.
Total, que no me despediré de nadie. Podría llorar, pero dejaré
eso para los débiles y los maricones. Nosotros lucharemos hasta el
final, contra toda esperanza. Disponemos de un cortauñas y la púa de un
pendiente.
Vamos a salir.
Probablemente ésto vaya a ser el fin diario.